Muerte del planeta
Opinión
04 Dec 2019. Actualizado a las 14:54 h.
La enfermera entra en la habitación, dice «Buenas noches, ¿cómo estamos hoy?» y se acerca a la cama del enfermo, que yace con los ojos cerrados. Desliza una mirada indiferente por su piel resquebrajada, consulta el informe del médico -subida brusca de la temperatura, flatulencias, retención de líquidos- y le extiende la bandeja con la cena. «Señor Planeta -le dice-, es hora de cenar». El señor Planeta no se inmuta y la enfermera le toca el hombro. «Despierte, señor Planeta. Le traigo una comida que no le producirá más gases». La enfermera le pone el termómetro. Si bien es verdad que estos días de atrás el enfermo ha tenido una temperatura altísima, hoy no sube de 35 grados. Presagiando lo peor, le posa dos dedos en la muñeca y le toma el pulso. No tiene. Está muerto.
La enfermera vuelve a poner la bandeja en el carrito, cubre al señor Planeta con una sábana, corre al mostrador de control y le anuncia al médico de guardia que el paciente de la habitación del fondo ha muerto. El médico, un chico joven que ha aprobado la carrera a base de copiar y de hacer la pelota a los profesores, mira el reloj, chasquea la lengua y menea la cabeza. ¿No le importaría olvidarse de lo que ha visto y volver a entrar en esa habitación dentro de media hora? «No por nada», le explica a la enfermera, sino porque su guardia termina en quince minutos, ha quedado con una chica para cenar y los muertos siempre traen complicaciones. La enfermera, que también termina su turno a esa hora y que tiene que recoger a su hijo en casa de su madre y pasar por el súper a comprar embutido, sonríe de forma bobalicona. Vuelve a la habitación, pero por el pasillo piensa que ella no es como el médico o como los políticos, que ocultan la verdad. Al llegar destapa al paciente. «Señor Planeta -dice muy seria-, si no le importa deberá aguantar usted vivo hasta el siguiente turno. Serán solo quince minutos».