La Voz de Galicia

Kobe: entre lo divino y lo humano

Opinión

Fernando Romay Exjugador de baloncesto

27 Jan 2020. Actualizado a las 21:49 h.

La muerte de Kobe Bryant cayó como un mazazo. Con él se fue el último gran ídolo, un jugador tan completo que es imposible ensalzar algo en particular. Venía a ser el sucesor de Michael Jordan, con el que coincidió en el All Star, e hicieron un partidazo. Ese es mi primer recuerdo de él, un líder, un jugador que había demostrado un compromiso total con el proyecto con el que estaba: su vida la pasó junto a Los Ángeles Lakers, y en ese equipo marcó historia, siendo el protagonista de épocas importantes como las que tuvo junto a Shaquille O’Neal y Pau Gasol.

Sin embargo, en todos sus proyectos deportivos siempre destacó él por encima del resto. Tenía la calidad humana y profesional suficiente como para trasladar su personalidad a los demás miembros del equipo, que veían en él un ejemplo a seguir. Su capacidad de sacrificio quedó mil y una veces demostrada. Fue espejo incluso para las grandes figuras de las que estaba rodeado.

Todavía tengo en la mente la gran final de los Juegos Olímpicos de Pekín, en la que España estaba tratando de tú a tú a ese equipo americano cargado de estrellas. De repente, cuando iban ya a acabar el partido, surgió la figura de Kobe Bryant. Minutos antes le dijo a su entrenador: «No me cambies ahora, porque creo que es mi momento». Y, efectivamente, lo fue. En la siguiente jugada apuntó un dos más uno que elevó al equipo americano hasta una situación casi inalcanzable para el español.

Kobe Bryant logró ser una estrella fuera y dentro de la cancha. Nunca tuvo una palabra altisonante con nadie, nunca se posó una mota de polvo en su historial. Él consiguió ser el campeón que quería ser. El dolor que ahora sentimos por su muerte quizá también sea porque nos damos cuenta de nuestra fragilidad. Porque cuando una persona con este carisma y con este potencial se nos va en un accidente, te posiciona en el mundo. Si a él le ocurrió, también te puede pasar a ti. Por todo lo aprendido de él, solo quiero darle las gracias. Gracias por habernos hecho soñar con que rozamos el cielo y gracias por hacemos saber que somos humanos.


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