Semblanza de un hombre de palabra
Opinión
10 May 2020. Actualizado a las 05:00 h.
Conocí a Manuel Jove, Manolo, hace más de cuarenta años cuando él y su hermano Ángel acudieron a mi despacho de la calle Núñez de Balboa en Madrid a una consulta de carácter inmobiliario. Desde entonces me he sentido honrado por estar a su lado. Él, en su condición de emprendedor y empresario, y yo como un simple abogado de cabecera, para el que Manuel Jove se convirtió en una persona clave en la vida profesional.
Manolo fue intenso, poliédrico, se anticipaba siempre; tenaz hasta la extenuación. Era grande en todo, en su vida no existía la palabra pequeño. Era un luchador, inquieto; campechano pero discreto. De inteligencia natural y una intuición y clarividencia admirables. No entiendo cómo podía asimilar los áridos y complejos vericuetos del urbanismo y luego inventar con éxito un modelo integrado de viviendas y servicios que cambió el concepto comercial de la urbanizabilidad en España (véase A Barcala, en Cambre, en 1993). Junto a su familia, el trabajo era su pasión y, durante los fines de semana, el fabriquín, construyendo piezas macizas de artesanía de madera incluso hasta fechas bien recientes.
Ahora recuerdo cómo una noche los dos, en Casa Rafa, en la terraza, café, copa y puro incluidos, me dijo: «A los chicos quiero dejarles patrimonio con dividendo».
Manolo pasó por muchos sinsabores y zozobras; sufrió reveses de salud que fue superando, menos la última enfermedad. También tuvo fracasos, como la promoción Los Tilos en Teo, Santiago, muy al comienzo, en donde compró un Plan Parcial, como él decía, y no dimensionó bien la fecha de obtención de los créditos oficiales, lo que le obligó a pagar sus deudas con suelo; pero cumplió con todos. Era un gran gallego y un gran español, un hombre bueno y de palabra.
Y momentos duros; sin duda, el mayor fue el de la repentina muerte de su hija María José. Esta desgracia le dejó inerte durante meses y fueron el trabajo y la familia los que le ayudaron a sobrellevarlo.
El hito más destacado en términos empresariales fue la venta de Fadesa. Estaba entonces cansado, viajes continuos en avión, actividad en catorce países y sin poder atender a los suyos. Vio venir la crisis inmobiliaria y acertó: recuerdo aquel día de septiembre del 2006 en el que nos citó en sus oficinas de Madrid y nos dijo de golpe: «Anoche vendí la empresa; sí, a Fernando Martín, y hemos quedado en firmar el contrato hoy [un contrato de más de 2.000 millones]». Así se hizo, a las siete de la mañana del día siguiente presentamos la documentación ante la CNMV.
Y nos dejó en legado la Fundación María José Jove, un maravilloso modelo de mecenazgo y humildad orientado a la infancia y a las personas en riesgo de exclusión social, que me ha proporcionado momentos inolvidables junto a él y al resto del Patronato.
Descansa en paz, Manolo, amigo entrañable. Y mucha fortaleza y ánimo para su mujer, sus hijos y sus nietos, tan necesarios en estos tristes momentos.