El gran encierro
Opinión
24 Jun 2020. Actualizado a las 19:47 h.
Después de décadas de crecimiento casi continuo la economía mundial asistirá en el año 2020 a un retroceso histórico que, según estimaciones del FMI, llegará al 3 % del PIB planetario. Todos los sectores se verán negativamente afectados y la renta per cápita caerá en al menos 170 países. En fin, un episodio nunca visto en tiempos de paz después de un siglo y que el propio FMI tilda como el gran encierro (The Great Lockdown). Por si fuera poco, es un episodio sin parangón y, por lo tanto, único en su género. La pandemia del covid-19 y el confinamiento a que ha dado lugar a escala mundial ha agitado -y lo sigue y seguirá haciendo por un tiempo- la economía de los diferentes países por dos vías. Ha forzado a la práctica totalidad de las empresas a ralentizar su actividad hasta llegar a la hibernación muchas de ellas y ha provocado un severo hundimiento del consumo y la inversión. En términos técnicos, ha generado un shock de oferta combinado con un shock de demanda.
Los aumentos abruptos del precio del petróleo son ejemplos notorios de shocks de oferta, ya que las empresas asisten a una escalada en sus costes de producción y, con los mismos medios que tenían, se ven obligadas a producir una cantidad menor que la que producían antes. En consecuencia, la oferta se contrae. De forma análoga, una fuerte subida impositiva puede significar un shock de demanda si las familias reducen su consumo, debido a la menor renta disponible con la que cuentan. En este caso, es la demanda privada la que se debilita.
Pues bien, el covid-19 ha desatado una crisis que es producto de los dos shocks simultáneamente, lo cual es una novedad. Por esta razón, es inútil buscar paralelismos en algún episodio del pasado; lo único que se le podría parecer sería una catástrofe natural que afectase a todo el planeta y que, de un solo golpe, detuviese la economía. Porque esto es justo lo que ha sucedido: con las medidas de confinamiento las empresas han parado su producción o, en el mejor de los casos, la han ralentizado, y los consumidores han dejado de comprar porque anticipan la menor renta que dispondrán en el futuro inmediato.
Nos enfrentamos, pues, a una contracción de la oferta y también de la demanda, lo cual conduce inevitablemente a una menor actividad económica. El descenso es, además, más acusado que si solo se contrajese uno de los lados del mercado. Y cuando esto sucede, se activan los despidos de trabajadores, el consumo se resiente, las empresas vuelven a deshacerse de más trabajadores, el consumo se contrae aún más y, en fin, entramos en un círculo vicioso del cual es necesario escapar cuanto antes actuando lo más rápidamente posible; de lo contrario, los efectos se irán amplificando cada vez más hasta límites insoportables. ¿Cómo intervenir? Se podría intentar recomponer la oferta a su estado original, pero ello implica necesariamente readaptar las empresas a la nueva situación, lo cual pasa porque desaparezcan muchas actividades económicas y surjan otras nuevas; un proceso que lleva su tiempo y que evapora las posibilidades de actuar sobre la oferta en el corto plazo. Por lo tanto, la medida que nos queda es restituir lo más que se pueda la demanda a la situación previa. Para ello no hay muchas más estrategias que la de compensar a las familias por la renta que han perdido y esperar que ello contenga y revierta la tendencia de las empresas a producir cada vez menos y que el impacto de la espiral recesionista se vaya aminorando paulatinamente.
Esta actuación entraña dos riesgos. El primero es que muchos trabajadores rechacen trabajar en toda una serie de actividades económicas a causa de la epidemia. En este caso estaríamos recomponiendo la demanda, pero la oferta, en lugar de incrementarse por el empuje de la mejoría de la demanda, permanecería debilitada y ello nos llevaría con toda probabilidad a un proceso inflacionista poco deseable. El segundo riesgo es que las medidas de restauración de la demanda son extremadamente costosas y pueden poner en peligro la sostenibilidad de las finanzas públicas, es decir, de la propia fuente de actuación. Sobre todo, cuando la situación de partida es ya endeble.