La Voz de Galicia

Poca información y mucha algarabía

Opinión

Xosé Luís Barreiro Rivas

02 Jul 2020. Actualizado a las 05:00 h.

Fernández Albor solía recordar a un viejo catedrático de Santiago -él lo citaba por su nombre- que probaba con un sólido ejemplo la relatividad circunstancial de los números: «en una conferencia -decía- siete oyentes son una multitud». Y de eso me acordé el lunes, viendo el debate emitido por la TVG, al comprobar que siete candidatos, interpelándose mutuamente, son una multitud, y que sus argumentos, siete veces repetidos, constituyen una algarabía. Es posible que, en el ambiente político que vivimos, no sea posible organizar un debate a dos o tres. Y acepto, por tanto, que un debate a siete es mejor que no hacer debate. Pero es lo cierto que, entre multitud y algarabía, se pierden todas las posibilidades de convertir el debate -sus palabras, su lógica, su incisiva retórica y el cultivo de la telegenia- en un mecanismo de comunicación y simpatía con el electorado, por lo que, a la hora de resumir los contenidos de tanto vocerío, solo puedo hacerlo a través de los mensajes indirectos que perviven en los ecos de tan complejo escenario.

 

La primera conclusión es que en el debate se mezclaron tres posiciones tan diferentes que en modo alguno pueden dialogar. Había un aspirante a la mayoría absoluta, que las encuestas dan como ganador, que tenía muy poco que perder y nada que ganar. También había dos coaliciones, y un frente lleno de sensibilidades, que, a pesar de venderse como una «unidad de destino en lo universal», operan como una coalición de diez partidos, con dos líderes -Pontón y Caballero- que, por no reconocerse entre sí, mantuvieron una sorda batalla por ganar la cabeza de los perdedores. Y tres partidos más, que, sentenciados por su irrelevancia -no llegarán al 5 % en ninguna circunscripción-, hicieron ímprobos esfuerzos para demostrar cómo se puede gobernar un país, y salir de la crisis, sin tener un solo diputado.

La segunda conclusión es que, cuando tan compleja algarabía se simplifica en dos bloques, sorprenden al respetable con un juego cruzado tan curioso como estéril: la coalición de perdedores devalúa al PP porque es compacto, gana por goleada, gobierna con estabilidad y tiene un líder indiscutible; y la mayoría conservadora demuele a la coalición de coaliciones y frentes diversos por ser incapaz de ofrecer una idea común, por carecer de programas y orientaciones presupuestarias, y porque solo tienen como norma de orden y cosmología interna una geometría variable en la que a veces suman, a veces restan, y siempre acaban divididos.

Finalmente, cuando se trata de poner en pared esta piedra de doce ángulos -como el famoso perpiaño del Cuzco-, se constata que no existe encaje posible, que el paradigma Frankenstein es la única hoja de ruta que manejan, y que no pueden evitar la sensación de que, si el PSOE y el PP no se ponen de acuerdo -que es una forma de reconocer que todo lo que allí se decía era agua de borrajas- no podremos salir del hoyo en el que hemos caído, y que lo mejor que nos puede pasar es que «Dios nos coja confesados». Amén.


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