Los ojos de Atenea
Opinión

13 Dec 2020. Actualizado a las 05:00 h.
He leído algo acerca de cómo el hecho de ir todos ahora con mascarilla hace que, despreciando aquel consejo de Golpes Bajos en los ochenta, miremos más a los ojos de la gente. En consecuencia, muchos estarían descubriendo a su alrededor a más personas con ojos verdes de lo que suponían. Puede ser.
Como estoy repasando estos días La Odisea, a mí esto me ha hecho pensar de inmediato en la diosa Atenea, que también tiene los ojos verdes (no hay que ser muy observador para darse cuenta, porque Homero lo repite hasta cincuenta y una veces a lo largo del poema). Está ahí el arranque de una larga tradición literaria no exenta de ambigüedad, porque ha oscilado entre la fascinación y la desconfianza. Tiene ojos verdes la Beatriz de Dante, lo mismo que la infortunada Melibea, y por eso Cervantes, que admiraba mucho La Celestina, se los da también a Dulcinea. Y así sucesivamente hasta la copla andaluza del siglo XX, que hace que, aún hoy, muchas personas de más de sesenta, cuando ven un frasco de albahaca entre las especias del supermercado, se pongan a tararear a Concha Piquer o a Miguel de Molina.
Pero, por otra parte, también la hechicera Circe tenía los ojos verdes, y la prevención contra este color ha perdurado («ollos verdes son traidores»). A Shakespeare lo mismo le parece el color más hermoso del mundo como que nos dice que son los ojos de la envidia (green-eyed monster). Y si Bécquer escribió su famoso poema a los ojos verdes fue para consolar a una niña pequeña disgustada por tenerlos: «Verdes los tienen las Náyades, / verdes los tuvo Minerva (Atenea), / y verdes son las pupilas / de las huríes del Profeta», le decía a la cría (aunque ahí me temo que Gustavo Adolfo fantaseaba un poco, porque «hurí», del árabe hawra, significa precisamente «mujer de ojos negros»).
La cuestión es: ¿tenía Atenea los ojos verdes? Es probable, pero hay alguna duda al respecto. La terminología del color de los antiguos griegos siempre ha desconcertado a los filólogos, como cuando se dice en La Odisea que el mar es «del color del vino» o que hay una miel verde. Para los ojos de Atenea se utiliza la palabra glaukós, que se suele traducir por «verde», pero que en realidad sería un color brillante, que puede ser tanto verde como azul verdoso o incluso gris. Es por eso que Tolstoi dice que los ojos grises de Ana Karenina son «como los de Atenea», y también por eso que el color de ojos de la propia Atenea cambia de una traducción a otra de La Odisea.
Aunque, ya puestos, en Madame Bovary también los ojos de Emma cambian de color, en este caso de unos capítulos a otros, hasta tres veces si mal no recuerdo. Y también ahí discuten los expertos si Flaubert quería decirnos algo con esto o si se trata de un simple despiste, lo que no parece probable tratándose del maestro mot juste. Después de todo, a Miguel Hernández le ocurría lo mismo, y no era un personaje de ficción. Vicente Aleixandre decía que tenía los ojos azules, mientras que la mujer de Hernández (a la que hay que suponer mayor grado de conocimiento) aseguraba que eran verdes, pero luego resulta que en la documentación de la mili se dice que los tenía pardos…
El caso es que, dejando a un lado estas viejas polémicas literarias, quise comprobar si es cierto que vemos más ojos verdes ahora, y me propuse fijarme por la calle, pero solo me encontré con un perrillo que llevaba bozal (como nosotros ahora). Me pareció que tenía los ojos marrones. O grises, o verdes… o azules, o pardos. Qué se yo. La propia realidad es como un texto literario que se presta a múltiples traducciones e interpretaciones.