Caballero Bonald, el elegante indignado
Opinión
11 May 2021. Actualizado a las 10:31 h.
Más de sesenta años de vida profesional dan para mucho. Poesía única y prosa extraordinaria. Un timbal de palabras. Productor, amante del flamenco. Editor. Siempre entre libros. Premio Cervantes en el 2012. Se fue a los 94 años. Pero hace nada estaba muy vivo. Sus últimos libros como poeta fueron aldabonazos de poeta indignado por los tiempos que vivimos. Siempre cercano a la calle. Al bar. A los 93 años decía: «Asisto con una mezcla de exacerbación y desgana al espectáculo general del país. Cada vez hay más mediocres encumbrados. Esos son los que hacen más ruido». No descuidaba el lenguaje ni al hablar, le pasaba el cepillo como a un traje planchado y le ponía el pañuelo de color.
Se sabía todas las palabras de los diccionarios y así fue capaz de definirnos como sociedad hace un año, casi nos resumió y nos acuñó en una frase, en un lema: «El laberinto español es un libro de Gerald Brenan. Bueno, ese es un título y un diagnóstico. El laberinto consecutivo de la vida española». Somos ese laberinto consecutivo, llevamos siglos así. Somos un país de topos.
Vivió en Colombia. En Cuba. Y siempre en el sur, en Jerez de la Frontera, en su Doñana. La vida como navegación, él que navegó tanto. Hay mucho que contar entre Las adivinaciones con las que ganó el premio Adonáis y su último poemario, Desaprendizajes. De adivino con 26 años a querer borrar lo absurdo a los 88 años. Todavía publicaría con 90 años Examen de ingenios, retratos de artistas sin morderse la lengua.
Hay tres Caballeros Bonald escritores, por lo menos. Pero antes vayamos con el Caballero Bonald persona. La noticia de la muerte la dio su mujer Pepa al periodista Juan Cruz. Eran las 8 y 8 de la mañana del domingo: «Pepe, se acabó». Juntos toda una vida, tuvieron cinco hijos. Y los últimos días, cuando él no tenía fuerzas para leer, la voz de Pepa le leía fragmentos de El huerto de Emerson que acaba de publicar Luis Landero. Era el cabo de una vela que se apagaba, de una vela que no navegaría más. Qué honor para Landero.
El primer Caballero Bonald escritor es el poeta, claro. Un huracán de precisión. Lo de una joyería se le queda corto. El segundo es el memorialista, que nos regaló dos libros auténticos. Tres si le sumamos Examen de ingenios. Los dos primeros fundamentales, recuerdos ásperos de la guerra y del franquismo, con un nivel de exigencia en el párrafo que es una fiesta con dosis de veneno. El otro Bonald es el novelista, que nos dejó varios intentos de retratar lo que mejor conocía: la vida de los ricos del jerez. Toda la noche oyeron pasar pájaros, por ejemplo. Un fenómeno. Bonald inventó el barroco adusto. Sí, existe el barroco adusto. Se puede ser generoso con las palabras y las imágenes, y secar los párrafos para dejarlos en definiciones exactas, en fórmulas matemáticas. La literatura como diagnóstico precioso.
Es justo que se despida él a sí mismo, nadie lo podría hacer mejor. Hagan silencio y lean la sinceridad sobre la vejez, paladeen la batalla del tiempo, en La luz atenuándose: «Tejido que se aja quedamente, un jirón cada día, una rotura por los bordes, el desgaste metódico del centro. ¿Es ese entonces el incauto final del contendiente, sus últimos recuentos de derrotas, estragos, decadencias? Atrofia del destino: tiempo que se erosiona, la luz atenuándose entre indicios de negligencias y contravenciones, las exequias innobles de la edad».