Matar vascos en Islandia
Opinión
30 Aug 2021. Actualizado a las 09:03 h.
Cuando uno está fuera de su país, está especialmente predispuesto a escuchar historias de otros lugares. Estoy en Islandia y le digo a un lugareño que me cuente una. Me dice: «Tengo una de vascos». «¿De vascos?», le contesto. «De vascos en Islandia», prosigue. «Hasta el 2015, existía aquí una ley que permitía matar a los vascos». Pregunto qué rayos es ese cuento, y he aquí la historia, que se retrotrae al siglo XVI.
Por lo visto, en ese momento, la industria ballenera en el Cantábrico estaba en pleno auge. La grasa de este animal se utilizaba como aceite para el alumbrado y era especialmente preciada porque ardía sin desprender humo y malos olores. De los huesos salían preciosos muebles blancos. La carne parece que no gustaba en España, pero se salaba y se vendía a los franceses. Pues bien, cuando la caza en las aguas patrias empezó a escasear, los balleneros cántabros se dirigieron a Terranova y Labrador. La captura de ballenas por parte de los marineros vascos se extendió hasta Islandia, siendo, en un principio, las relaciones entre ambas comunidades buenas. Lo demuestra la existencia de un rudimentario idioma vasco-islandés, lo que los expertos llaman un pidgin: una lengua simplificada, creada y usada por individuos de comunidades que no tienen una común, un chapurreo que, en este caso, incluía términos vascos, islandeses, ingleses y franceses. Para dar fe de ello, en un instituto de Reikiavik se conservan dos glosarios del siglo XVII que recogen 745 palabras: es el primer diccionario de otra lengua, después del latín, en la historia de Islandia. Muchos de los términos en euskera pertenecen al dialecto labortano, de lo que se deduce que la mayoría de los balleneros procedían del puerto de San Juan de Luz. Por eso es especialmente extraño lo que ocurrió en el invierno de 1615.
Resulta que los vascos cazaron un número importante de ballenas, pero cuando los barcos estuvieron listos para zarpar de vuelta a casa a finales de septiembre, un terrible vendaval los hizo trizas contra las rocas, causando la muerte de tres hombres. La tripulación de españoles, cerca de 80 personas, se vio obligada a pasar el invierno en Islandia mientras realizaban las reparaciones.
Un pequeño robo de pescado seco por parte de los españoles, junto a la amenaza previa a un pastor, desencadenaron todo el conflicto que termina con una de las matanzas (de islandeses a vascos) más cruentas y desproporcionadas de la historia de este país. Pero eso no fue todo: en la primavera de 1615, el rey de Dinamarca envió una carta al Parlamento en la que proclamó que los islandeses y los mercaderes daneses tenían derecho a defenderse de los «vizcaínos» y demás extranjeros, de matarlos y de tomar sus barcos y saquearlos, si se sentían amenazados.
Cuatrocientos años después, en abril del 2015, tuvo lugar un homenaje a los balleneros vascos asesinados en los fiordos del oeste, en el que incluso participó un descendiente español. Aunque suene increíble, hasta ese momento no se había revocado la ordenanza que permitía matar a los vascos.
Le pregunto a mi relator si cree que desde entonces hay más vascos en Islandia. Con la sorna que caracteriza a los islandeses, me contesta que no lo sabe, pero que «al menos ahora pueden venir con tranquilidad».