La Voz de Galicia

Yolanda Díaz regresa al pasado

Opinión

Gonzalo Bareño

16 Oct 2021. Actualizado a las 05:00 h.

Un día, muy poco después de las generales del 2015, fui a una rueda de prensa en la sede de Podemos. Reinaba la euforia. Pablo Iglesias llevaba días presumiendo de capitanear un nuevo grupo parlamentario con 69 diputados. Junto a él comparecían Alexandra Fernández, elegida diputada por En Marea; Xavier Domènech, electo por En Comú Podem, y Joan Baldoví, de Compromís-Podemos-És el moment. En mi turno, pedí a Iglesias que me respondiera con un número a esta simple pregunta: «¿Cuántos diputados tiene Podemos?». Y a sus tres acompañantes les pregunté si lo reconocían como su líder. Las caras de los cuatro eran un poema. Iglesias improvisó un exordio larguísimo para no responder a la cuestión. Terminó, y repregunté. «¿Cuántos diputados ha dicho que tiene Podemos?». «Ya le he contestado», replicó airado. Y después, Domenech, Fernández y Baldoví evitaron admitir obediencia alguna a Iglesias.

 

Lo que pasó después ya lo conocemos. Aquello que se suponía un partido de ámbito nacional era una amalgama de fuerzas cosidas sin más hilo que el de proclamarse de izquierdas, pero en donde convivían sin mucho orden comunistas jacobinos, nacionalistas varios, antisistemas, ecologistas y grupúsculos con más siglas que afiliados. De aquellos 69, apenas 40 se declaraban de Podemos. Y algunos de ellos, como el gallego Breogán Riobóo, proponían ya erigirse en rama gallega independiente. De la supuesta plataforma unitaria de izquierdas se pasó pronto a las purgas en Podemos. Compromís se fue por su lado. Ada Colau se declaró emperatriz independiente de la izquierda catalana. Y en Galicia surgieron tantas mareas que era difícil seguir la sopa de siglas.

Hoy, Podemos, después de readmitir a IU en el club, tiene 35 escaños. Y según los sondeos, tendría apenas 20. Iglesias ha cambiado la coleta por el flequillo y hace caja apareciendo en la tele y escribiendo en el Gara. Yolanda Díaz, su heredera digital -del dedo de Iglesias- plantea como gran novedad un ritornello a la casilla de salida para unir a todos aquellos que se declaren a la izquierda del PSOE, aunque entre ellos no haya más nexo que el de aprovechar la ley electoral para sumar el mayor número de escaños. El sueño declarado de ese proyecto sería sorpassar a los socialistas. Dudo mucho que Díaz logre reagrupar bajo su obediencia las ambiciones de gente como Errejón, Colau, Mónica Oltra, de Compromís, o Teresa Rodríguez, ex dirigente de Podemos y hoy exótica independentista andaluza. Pero, si tal cosa sucediera, no es difícil averiguar en qué acabará la aventura. Un reino de taifas inmanejable. Imaginen, por ejemplo, tener que pactar la renovación del CGPJ o del Tribunal Constitucional con esa heterogénea constelación.

Díaz ha crecido políticamente. Ya no es aquella joven radical que en el 2013 llamaba «macarra» a Feijoo en el Parlamento gallego. Pero el improbable éxito de su operación Podemos 2.0 atomizaría a la izquierda, debilitaría al PSOE y facilitaría que a Casado le dieran los números para ser investido con el apoyo de Vox. Los socialistas creen que no prosperará. Y en el PP se frotan las manos.


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