La Voz de Galicia

Panxoliña

Opinión

Ramón Pernas

18 Dec 2021. Actualizado a las 05:00 h.

Es una de las voces, de las palabras, mas bellas de mi lengua matria, de la lengua de mi país gallego. En el árbol frondoso de las palabras es una fruta del tiempo, de este tiempo de Nadal, cuando se cantan a modo de villancicos canciones religiosas populares que ensalzan al Niño que nació en Belén.

 

Tiene un confuso origen etimológico que mucho tiene que ver con las primeras sílabas del pange lingua, himno clásico de la música religiosa.

Siempre me han gustado las panxoliñas, composiciones mimosas de la cultura campesina que ponían nuevas estrellas en el firmamento popular de los ingenuos cánticos navideños.

Yo soy mas del Adeste fideles, que tiene una partitura mas elaborada y me transporta a una infancia de niños cantores vieneses tras un bis sonoro de Noche de paz como banda sonora de todas mis Nochebuenas.

Quizás por ello valoro nostálgicamente las panxoliñas escuchadas en la ronda de los aguinaldos.

En estos últimos días del Adviento recurro a la imagen de san Nicolás, venerado en Bari, en este tiempo de gnomos, elfos, y del padre invierno nórdico, cuando aún no se había transformado en Santa Claus y era el viejo San Nicolás, recordado por prodigar obsequios o milagros a tres hermanas a las que regaló su dote dejando varias monedas de oro en un calcetín, para evitar que fueran vendidas por sus padres.

Es el antecedente de los regalos que Papá Noel deja junto al árbol la noche navideña del día 24 de diciembre.

Costumbre difundida en el siglo XVII, cuando san Nicolás llegaba a Holanda después de viajar desde España llevando regalos que eran repartidos en todos los hogares.

Mi madre sostenía, sin saber bien a quién atribuírselo, si a los señores Reyes Magos de Oriente, o al neerlandés Santa Claus, que el cargamento enviado desde España consistía en un reparto numeroso de naranjas españolas redondas como un sol de invierno, que en la mañana de Navidad o en el día de Reyes dejaban en las casas de todo el mundo cristiano. Aseguraba madre que a ella de niña nunca le faltaron tres naranjas junto a su cama en la madrugada del 6 de enero.

Pasarían varios lustros hasta que Papá Noel adaptara el traje rojo, se dejara ver con su luenga barba blanca y guiado por ocho renos arrastrando un trineo, se colara por las chimeneas para repartir regalos cada Nochebuena. El milagro de su transformación se debió a un dibujante de la revista Harper's y a la adopción de Santa por Coca Cola en 1931.

Yo sigo reivindicando las viejas panxoliñas, que en estos días se cuelan entre mis recuerdos mas queridos. Bon Nadal.


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