La Voz de Galicia

Lapidación virtual

Opinión

cristina sánchez-andrade

25 Dec 2021. Actualizado a las 20:40 h.

El 28 de junio de 1948 apareció en el New Yorker un cuento de la escritora estadounidense Shirley Jackson (1916-1965) llamado La lotería. El relato, considerado como uno de los más famosos de la historia de la literatura estadounidense (en parte, por el escándalo que generó), narra el macabro sorteo que se realiza todos los años, entre los cabezas de familia, en una pequeña comunidad de EE. UU. El fin es escoger a una persona que, como sacrificio para asegurar una buena cosecha, será lapidada hasta la muerte por todos los vecinos, incluyendo niños y su propia familia.

 La publicación generó un aluvión de críticas hacia el diario y la autora. Miles de personas (que no fueron capaces de distinguir la realidad de la ficción de un relato) afirmaron estar escandalizadas ante la lectura, enviaron cartas de protesta al editor e incluso cancelaron sus suscripciones. Por su parte, Jackson recibió ese verano hasta trescientas misivas de reprobación.

Según cuenta, incluso su madre la regañó: «A tu padre y a mí no nos ha gustado nada tu cuento. Parece, querida, que la gente joven de hoy en día solo pensáis en historias sombrías. ¿Por qué no escribes algo para animar a la gente?».

Estos días, tras la reciente muerte de Verónica Forqué, me he acordado del relato. Aunque hoy en día no utilizamos piedras sino métodos más sutiles, como tuits o mensajes de Facebook, también la famosa actriz fue víctima de una lapidación (virtual) tras su paso por el reality Master Chef.

Es evidente que los efectos que pueden provocar programas como este sobre alguien que ya está deprimido son devastadores. Pero poner todo el peso de la responsabilidad en los mismos —tal y como los lectores del New Yorker pretendieron hacer con Shirley Jackson y el editor— es tan ridículo como estéril.

Lo que sí es pertinente es preguntarse qué falló y por qué se repite, una y otra vez, esta dinámica tan española de hurgar en las miserias y fracasos hasta conseguir la aniquilación de la gente, sobre todo, de los famosos. Tal vez —y con esto no defiendo al programa Master Chef, que ya desde hace tiempo debería desaparecer de nuestras vidas—, tras el deseo de encontrar un responsable solo subyacen la culpa y la vergüenza que estas conductas generan entre los mismos que las propician.


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