Moral de hierro
Opinión
17 Jan 2022. Actualizado a las 05:00 h.
Estaremos de acuerdo en afirmar que en el mundo humano existen múltiples acciones a las que podemos llamar malas desde el punto de vista moral. Las noticias nos muestran a diario hasta qué punto o extremos llega el ser humano en su capacidad para generar horror, injusticia, maltrato, abuso o corrupción. No hay más que darse un paseo por la sociedad para comprobar que el mal se expande junto al dolor evitable.
No es así de fácil exhibir (como si el bien fuese vergonzoso y abrigase con pudor al heroísmo) que no solo hay personas buenas sino que se mueven y actúan por principios morales anclados en la profundidad de su conciencia, sólidos como un iceberg ajeno a los deshielos. Si hay algo firme como las rocas más duras del universo físico son los valores que orientan algunas acciones. Seres humanos que no robarían, no traicionarían, no abandonarían a una criatura desvalida a cambio de todo el oro del mundo. Esto merece una constatación, un reconocimiento porque es un refugio imperecedero y eterno.
El filósofo Emmanuel Kant (siglo XVIII) estaría contento si lo recordamos. Fue un pensador que revolucionó la historia de la ética al situar el fundamento de la moral no en las consecuencias positivas de las acciones buenas, o en el premio que alcanzaremos si actuamos bien, sino en la capacidad del ser humano para poner su voluntad —querer y elegir— al servicio de lo que su razón le dicta como lo que debe ser hecho sin esperar recompensa o algo a cambio. Sin obtener, en ocasiones, nada más que la conciencia tensa, pero tranquila, flotando solitaria entre la amplitud del mar sin límites del deber cumplido, pudiendo levantar la mirada y decir, como él: «Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí». Y que ello baste aunque implique sacrificios.
Tal vez la racionalidad no tendría que ser tan estricta y sí permitirnos un desliz. Hay en nosotros tendencias irracionales, deseos, fuerzas que tiran en dirección contraria a la exigencia moral. ¿No sería también un ejercicio sutil de inteligencia, de ética, sopesar el cálculo para dejar entrar, como un hilillo de agua por una grieta, la propia satisfacción si lo que está en juego, por ejemplo, es el desarrollo de una vocación, el vuelo de un enamoramiento, la legitimidad de un descanso? Hay seres humanos que no lo hacen, cierran todas las compuertas porque lo que dirige sus vidas es una moral de hierro.