La Voz de Galicia

Elogio de dos mares

Opinión

Ramón Pernas

12 Feb 2022. Actualizado a las 05:00 h.

La gran carencia de Madrid, la ciudad que habito, es su ausencia de mar, la misma que marcó mis sístoles y diástoles al ritmo cadencioso de las mareas, la que me enseñó que la vida es una pleamar constante, cotidiana y felizmente armónica.

 

Soy defensor de la mar cantábrica, a la que me gusta denominar norteña, el otro mar del Norte que, con ochocientos kilómetros de costa, siluetea el litoral desde el Ortegal gallego hasta Bayona de Francia.

En su origen culto fue el mar tenebroso, que acogía naufragios que el mismo provocaba y que llenó de ahogados los arenales ribereños. Es —yo nací en el extremo occidental de su orilla— bronco y viril; siembra los inviernos de tempestades y galernas. Yo amo su cadencia de balsa agitada por las olas y su templanza de mar en calma generadora de una tibieza llena de alalás marineros.

Estoy escribiendo este artículo junto al mar mediterráneo, en días de duelo reciente por la muerte de un amigo muy querido, y me he reencontrado con la mar plácida de Levante, con la amabilidad sosegada del mare nostrum que trajo la civilidad de Grecia y Roma a la vieja Iberia, mar que he visto enfurecido pero que siempre me ha recibido con un abrazo de amigo, hablándome un lenguaje fraterno y respetando mi militancia del mar fundacional que crece en la orillamar cantábrica.

Y entre dos mares, para dos mares escribo este elogio marino, que trae memoria precisa de los mares locales que pueblan el gran mare magnum mediterráneo. Y no me olvido del Adriático ni del Jónico, ni del mar de Liguria, ni del Tirreno o el Egeo. Forman parte de mis periplos viajeros y resumen mi cultura náutica meridional.

Febrero es un buen mes para viajar a las ciudades de la costa, es un mes de vísperas, de cerrado por vacaciones. Da lo mismo que viajes a Altea o a Positano, a Benidorm o a La Specia, es un mes para un dolce far niente sin agobios, para contemplar la mar estableciendo un diálogo reflexivo que te acerca al primer día de la creación del mundo.

 

Frente al mar Mediterráneo experimenté en estos días esa sensación primigenia, y especialmente grata, de deuda debida y cumplida, saldada, cuando en la orilla de la vida te hace cómplice de los dos mares sin renunciar a tu origen y destino en el norte, mientras le cuentas al otro mar del sur tus cuitas y alegrías y te alegras de estar aquí, junto al Mediterráneo. Entre dos mares.


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