Claro que
Opinión
09 Mar 2022. Actualizado a las 05:00 h.
Se le atribuye a Alfonso Guerra aquella frase en la que, incendiado por la euforia de la descomunal victoria del PSOE en octubre del 82, pronosticó que enseguida a España no la iba a reconocer ni la madre que la parió.
Resuena esta máxima fundacional un 8 de marzo diferente a los anteriores, con el feminismo sometido a desafíos muy distintos a aquellos que se ventilaban cuando el metoo llegó a nuestras vidas, con una ruptura de la unidad de acción que hace dos y tres años empujaron a la calle a millones de mujeres y una irrupción de realidades que permanecían tapadas por la discriminación general. Se mantiene vigente, claro, la lucha por la igualdad, porque las muertas, las golpeadas, las abusadas siguen sobre la mesa, pero en el corazón del movimiento han emergido dos preguntas que conviene atender, incógnitas que ya están dejando muescas, algunas dolorosas. Son dos preguntas que de simples no pueden ser más complejas: qué es ser mujer y qué es ser hombre. La respuesta a la primera ha provocado las primeras fracturas en el movimiento feminista, tan visibles ayer en las dobles marchas convocadas, una muestra de división en la que sobran insultos y falta empatía e inteligencia. En la reivindicación del hecho de ser mujer han irrumpido personas trans, los géneros no binario y fluido y la autodeterminación, realidades de los que, queridas, también tenemos que hablar.
Pero también tenemos que hacerlo sobre qué es ser hombre, porque en el proceso abierto en esta cuarta ola ellos también han cambiado y en la solución de los asuntos pendientes tienen que estar.
El proceso es hoy más complejo, se ha llenado de nuevas realidades, incluso de avances asimétricos y de errores que amagan con dejar a muchas por el camino, cansadas, aburridas y, a veces, avergonzadas.