Tomemos nota
Opinión
24 May 2022. Actualizado a las 05:00 h.
Por sofisticada que pueda parecer una guerra, por modernas que nos parezcan sus armas, se trata del sistema más primitivo para resolver los conflictos. Podemos llamarle «guerra 4.0» o utilizar como armas la desinformación o las nuevas tecnologías, pero básicamente se trata de que alguien se lía a mamporros con otros, en general más débiles, para imponer sus criterios.
Me da igual que utilicen misiles hiperbáricos, que no sé lo que son, o que las bombas sean de racimo, porque podrían hacerlo a pedradas; lo que está ocurriendo en Ucrania es tan antiguo como el mundo: un régimen como el ruso, incapaz de hacer frente a sus propias contradicciones, busca un enemigo inexistente del que defenderse y «el gordo es para… Ucrania».
Sin embargo, como experto en comunicación, creo que Rusia perderá este envite. No tienen más que fijarse en las imágenes y en el lenguaje corporal de ambos líderes para darse cuenta de que, mientras Zelenski y los ucranianos tratan de mirar al futuro, Vladímir Vladímirovich y sus acólitos siguen anclados en el pasado.
Para empezar, a Putin le quedan muy mal los trajes, parece un vendedor de seguros de decesos en horas bajas y así no se puede ganar nada. Su manera de expresarse es la de un agente secreto de una película de serie B y sus generales parecen sacados de un documental de la Gran Guerra con uniformes llenos de condecoraciones de la marca bazooka.
A veces se mezclan con las clases altas del régimen, pero nunca serán como ellos. No hay más que ver su manera de andar para darse cuenta de que bajo esos zapatos de alta gama lleva calcetines de serie, de la KGB. Putin puede vestirse de seda, pero me sigue pareciendo un tipo triste que bebe en soledad viendo Pasapalabra en ruso, mientras los oligarcas se van de farra a Londres.
Frente a esto, el presidente de Ucrania y sus ciudadanos combatientes nos parecen tipos normales, que en respuesta a una agresión tratan de defenderse en las calles; van a la guerra de sport, tipo Coronel Tapioca, y eso los hace más próximos. A pesar de que sus fuerzas dan una sensación caótica, se percibe que creen en aquello por lo que luchan y por eso ya han ganado.
No hay buenas guerras, en todas existen intereses que se nos escapan y un pasado que nos ayuda a explicarlas y a tratar de liberarnos de nuestras culpas. Sin embargo, en este caso casi todo el planeta percibe a Putin como agresor porque, a pesar de que hay demasiados putinólogos, no hay nada nuevo bajo el sol: se empieza mandando a los niños a las juventudes de la KGB y se acaba matando a los disidentes e invadiendo al vecino.
Tomemos nota.