La Voz de Galicia

También hay buena gente entre la gente de bien

Opinión

Erika Jaráiz Gulías Profesora titular del departamento de Ciencia Política y Sociología de la USC

25 Feb 2023. Actualizado a las 05:00 h.

De pequeña me enseñaron que era más fácil que un camello entrara por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos, pero a medida que me hacía mayor fui descubriendo que los ricos tenían todas las puertas abiertas, y a los pobres se les cerraban incluso las de sus propias casas.

 

Es fácil creer y elegir en un mundo dicotomizado, de ricos y pobres, de judíos y gentiles, de buenos y malos, de valores absolutos, donde unos están en posesión de toda la verdad y otros de ninguna, pero la realidad no es así. La realidad es diversa, plural, cambiante, los que un día son buenos al otro son malos, o las dos cosas al mismo tiempo, o incluso ninguna de las dos; y no concibe casi ningún absoluto que no contenga sus propias contradicciones.

Por eso, cuando Feijoo pronuncia el «deje de molestar a la gente de bien», más allá del autoritarismo que contiene la primera parte de la propia enunciación y más allá de la presunta superioridad moral pretendida en la segunda parte, lo que realmente muestra la frase es a un viejo rancio, gruñón, molesto, con lenguaje premoderno y fragancia predemocrática; al más mayor de los candidatos a la presidencia del Gobierno español hablando en términos de abueletes de los de antes.

El problema de quien le escribió la absurda frase es que, por un lado, yo nunca había visto a ese Feijoo hasta que el lenguaje lo delata; y, por otro, se dirige a un target que ya no existe, porque los mayores de ahora son diferentes, son modernos, dinámicos, están a la vanguardia de la sociedad y pidiendo un papel protagonista.

No me interesa quién es la gente de bien, ni siquiera qué diferencia a la gente de bien de la otra gente; me interesa la diferencia en sí misma, la línea que separa el nosotros de los demás, porque, queriendo construir un nosotros que fuera más allá de la identidad política, Feijoo acabó ofendiendo a tantos votantes volátiles que no se identifican con la gente de bien.

Si creía que con el autoritario «no molestar» iba a acercarse a los de Vox, y con el «gente de bien» a los conservadores del PSOE, haciendo de Sánchez el representante de la chusma podemita, feminista y LGTBI+, se ha equivocado y ha conseguido estigmatizar a la gente de bien y dejarnos a todos los demás pensando qué somos los que no somos gente de bien.

Seguramente le perseguirá por tiempo, seguramente pronto le veremos rodeado de jóvenes que borren este sabor a tocino del año anterior que nos ha inundado la boca (ahora que estamos en tiempo de cocido), pero lo cierto es que, del mismo modo que de pequeña no pensaba en el tamaño del camello sino en cómo pasaba las jorobas, ahora no me importa quién es la gente de bien, porque, si existe, si alguien aún se cree parte de esa clasificación, estoy segura que entre ellos y ellas habrá mucha buena gente, avergonzada.


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