Borrado de feos

No sé si ya he contado aquí cómo descubrieron que a un prestigioso traumatólogo de un afamado hospital madrileño empezaba a funcionarle mal la cabeciña. Un buen día, con la autoridad propia de un jefe de servicio, declaró que él no estaba dispuesto a ver más radiografías con problemas. Y que, por tanto, se abstuvieran de pasárselas. A partir de entonces, solo aceptaría radiografías sin problemas. Recuerdo a este buen hombre cada vez que el presidente del Gobierno se queja de que le tocó lidiar con una pandemia, un volcán y una guerra. O sea, lo recuerdo mucho, porque Pedro Sánchez lo repite sin parar, como queriendo decir que debería darnos pena, porque preferiría gobernar un país sin problemas. Lo comprendo. Mucha gente lo comprende y se acuerda de Zapatero, que también tuvo que vérselas con una recesión gigantesca y… lo hizo mal. Con la lección ya aprendida, Sánchez no solo intenta resolver los problemas, sino que, si se le atragantan, los borra. El sueño de cualquier gestor.

Por ejemplo: si sale feo en las encuestas, pone a Tezanos a dirigir el CIS, para que le borre el problema. Si salen feos los datos de crecimiento económico y seguimos siendo el único país que no ha recuperado los niveles previos a la pandemia, cambia al director del INE y coloca a alguien de confianza que rápidamente mejora los resultados. Si el paro insiste en repuntar, le dice a Yolanda Díaz que invente los fijos discontinuos y que esos quinientos mil no figuren en la estadística, aunque ni trabajen ni cobren el subsidio correspondiente.

Desde luego, borrar los problemas resulta más fácil que arreglarlos, pero exige mucha desfachatez y un público muy sumiso.