Migrantes como arma arrojadiza
Opinión
12 Aug 2023. Actualizado a las 16:13 h.
El mar tiene infinitos caminos. Un día nos relaja de este horno climático y al siguiente nos enluta el alma. Lo sabemos muy bien a esta orilla del Atlántico, donde desde siempre se ha pagado con cuerpos y lágrimas la osadía de salir a ganarse la vida batiéndose contra los temporales. Es duro en verano, con la cerveza bien fría y la tapa de pulpo sobre la mesa de la terraza, volverse hacia según qué realidades. No es un tiempo que invite sufrir. La tele exhibiendo para nadie, como si hablase sola, un nuevo episodio de migrantes tragados por las olas en el Mediterráneo. Esa verdadera epidemia silenciosa que este año ya se ha cobrado 2.387 víctimas, según la Organización Internacional de las Migraciones. Barcazas precarias hacinadas y cargadas de esperanzas de futuro que naufragan a la primera vuelta de ola. Y sin que nadie vierta una lágrima por la mayoría de los que se dejan su existencia bajo las aguas. Ni siquiera se sabe a dónde han ido a parar sus cuerpos. Son muertos de nadie, que son los peores, porque no tienen quien sienta su ausencia. Ni una nota necrológica en la cristalera del bar de la esquina o en el tablón de anuncios de una parroquia. Son personas a las que nadie despide ni por las que nadie reza. Como si no existiesen. En su lugar de origen, alguien dirá que un día se fueron y nunca más se supo de ellos, y la vida seguirá. En algún sitio de África, una madre o un hijo se preguntarán qué habrá sido de ellos, si los abandonaron voluntariamente o perecieron en un rincón desconocido. La Tierra continuará dando vueltas sobre sí misma cada 24 horas.
Gentes necesitadas de dignidad pagan con la vida, su único bien, los engaños, los saqueos y hasta la piratería a los que se ven abocadas para huir de la miseria, el hambre o la persecución violenta. Estos días se ha sabido que 40 migrantes perecieron en la travesía de Túnez a Lampedusa. Un episodio más de esta emergencia humanitaria que, de primeras, cae en saco roto, como todas las que se han venido sucediendo, telediario a telediario, día a día, semana a semana y mes a mes.
Algún día, la sociedad del futuro recriminará a nuestro tiempo las espaldas tan anchas que le estamos poniendo a este fenómeno. Mientras Kais Said y Von der Leyen negocian el precio del fin de estas tragedias sonrojantes, el Mediterráneo sigue tragando almas humanas. Y además, con un acelerón de la actividad en las costas tunecinas de los astilleros chapuza construyendo pateras para los que se ven obligados a escapar de la presión racista a la que se ven sometidos en el país magrebí. Es una manera de que muchos puedan cavarse su propia tumba. El mismo presidente de Túnez se ha encargado de alimentar la llama del odio. Ve una buena oportunidad para arreglar sus cuentas maltrechas. A más barcas en el mar, más presión en sus negociaciones, los migrantes como arma arrojadiza. Antes lo hicieron otros, y seguramente detrás vendrán más que quieren amañar sus números con este sistema. Es lo que tiene externalizar fronteras. Se aleja el problema, pero no se resuelve. Cambiar un inconveniente por otro no es solución. Sobre todo, si no duelen las vidas anónimas tragadas por el mar.