Vindicación del monosílabo
Opinión
26 Nov 2023. Actualizado a las 09:24 h.
El monosílabo ha gozado entre nosotros de un prestigio oscilante. Por una parte, responder únicamente con monosílabos se ha considerado siempre una falta de educación; por otra, a los niños, al menos a los de antes, nos insistían en que dijésemos siempre «sí o no, como Cristo nos enseña». De este modo, el monosílabo no era ya una cuestión de educación, sino que se convertía casi en un mandamiento. Hasta que llegó un día don Torcuato Fernández-Miranda, aquel político de la Transición a quien se acusaba siempre de abusar del circunloquio en sus discursos, y dijo en las Cortes algo en lo que nadie había reparado hasta entonces, y es que Cristo, en los Evangelios, raramente responde con un sí o con un no a nada, y tiende más bien a la perífrasis y la aporía, como el propio don Torcuato. Yo fecho ahí el comienzo del desprestigio del monosílabo, que los políticos actuales han terminado por denigrar. Porque los políticos, a los que tenemos que oír a todas horas, gastan mucho el lenguaje. Y así, del famoso «no es no» hemos ido pasado al «solo sí es sí», luego incluso al «ni siquiera sí es sí» y ahora al «sí o sí». De tal modo que el «no» y el «sí» ya no se sabe qué significan. O, por decirlo con la claridad expositiva de don Torcuato: «Si algo niego, lo hago porque lo que afirmo precisamente me lleva a las negaciones circunstanciales que configuran y definen la afirmación que mantengo».
Por eso a mí me gustaría hacer una vindicación del monosílabo. Me gusta que pueda ser tan solemne (el matrimonio consiste en un monosílabo) y a la vez tan irónico («ya, ya»). Me gusta la paradoja de que «monosílabo» no sea monosilábica. Me gusta su economía fonética, que lo convierte en un ejemplo de sostenibilidad, aunque la «sostenibilidad» tampoco sea monosilábica. Me intriga que el monosílabo se haya encarnado en el nombre de tantos ríos (Sil, Sar, Sor, Ter…), lo que, de paso, los ha convertido en los reyes de los crucigramas. Me complace que los gallegos nos resistamos al sí, prefiriendo repetir el verbo («Fuches?», «fun»), pero nos dé igual el no (Goethe decía que el diablo es un ángel que dice no). En fin, me gusta el monosílabo, que tanto juego da al escritor. Y, si no, véase Shakespeare, cuyo talento consiste en gran parte en el uso que hace del monosílabo, empezando por la frase más famosa de la literatura universal, «to be or not to be», que es tan tozudamente monosilábica que sigue siéndolo incluso en su traducción a otros idiomas como el español («ser o no ser»). Y eso por no hablar del Soneto XVIII, en el que el Bardo encadena nada menos que veinte monosílabos en los últimos dos versos (So long as men can breathe or eyes can see, / So long lives this and this gives life to thee).
Claro que el inglés es una lengua mucho más monosilábica que el español. Siempre amigo de los experimentos, precisamente pensé yo muchas veces en escribir un artículo solo a base monosílabos y no me fue bien, me lie y se me dio tan mal que no me… Bueno, ahora me estaban saliendo ya dieciséis monosílabos seguidos, pero ahí lo dejo. O va a ser que no… y ya van seis más (y, con esos, once). Hoy se me da bien, y ya van diez más. Por lo que se ve, ya di con el «quid». ¿Va bien? Ni sí ni no. No lo sé, y no voy a ser yo el juez, si bien se ve que ya no se me da tan mal. Y es que hoy no voy sin ton ni son, ya ven que hay un plan, un guion. A ver si al fin se ve la luz. Y ya... Es lo que hay. Ni fu ni fa. En fin, que ya van más de cien y no lo voy a liar más. O sí. O no. No sé.