Sobre tropos y tropas
Opinión
15 Dec 2023. Actualizado a las 05:00 h.
Pedía Rufián al Partido Popular que acabara con las hipérboles, esa figura que referencia la exageración a la que nos tiene sometidas la política de nuestros días y que convierte cada acto banal de los políticos en un momento histórico, y cada titular en el enunciado definitivo de nuestro tiempo, al menos durante ese día.
Y como es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, y el señor Rufián tiene la virtud de levantarse a veces en el hemiciclo como si se acabara de caer de un coro de ángeles, se olvidó que la mayor hipérbole política de los últimos tiempos en España ha sido el procés; y quede claro que reconozco que este último enunciado también es una hipérbole. La política está llena de tropos y figuras retóricas que dan valor a los mensajes; el problema es cuando la figura se come el contenido y convierte cada suceso político en un antes y un después definitivos y definitorios.
La ley de amnistía ha entrado a debate después de que no quede en España ni un solo ciudadano que no haya emitido su opinión sobre la misma; incluso con un cierto cansancio sobre el espacio que los medios le han dedicado en los últimos tiempos, y demasiado desgaste en idas y venidas argumentales de unos y otros. Y eso quiere decir que durante su tramitación no habrá ni una sola novedad a lo que ya se ha dicho, porque incluso los que debieran de enjuiciarla después de que pasara por las Cortes se han atrevido a emitir antes sus posiciones.
El problema de las hipérboles sostenidas es que solo pueden terminar en dos destinos: o los cambios radicales de posición, o el cansancio y desafección de los ciudadanos hacia la política hiperbolizada.
La década anterior supuso la alteración del sistema de partidos, la aparición de cambios en la estructura de poder político, la generación de posiciones polarizadas. Tanto Feijoo como Sánchez tienen que definir si quieren apostar por continuar en ese camino o relajar el uso de los tropos y volver a la centralidad de la política.
Reconozco que a estas alturas estoy harta de que el funcionamiento de los trenes de cercanías de Madrid sea un problema que ocupe la mayor parte de los informativos y de las tertulias de las cadenas estatales, como si Madrid fuera España. Y quizá, al tiempo que decidimos si los chicos pueden llevar teléfono móvil al colegio, podríamos decir si se lo quitamos a los ministros y a las presidentas de comunidad para que no puedan exhibir sus habilidades semánticas en las redes durante horario de trabajo.
Porque si algo me preocupa en este nuevo tiempo es que, más allá de la utilización de tropos, la propia definición de las tropas invita a los ciudadanos sensatos a ponerse un casco y guarecerse de la política.
El problema no son los tropos, señor Rufián, son las tropas; esa tropa de la que usted forma parte, esa tropa de incapaces de debatir y construir en los espacios de interés de la ciudadanía y empeñada en llevar la semántica a los espacios de la confrontación continua y de las lealtades cautivas. Porque eso es lo que buscamos con este tipo de lenguajes, que los que nos apoyan no puedan ir a otra tienda política, no puedan formar parte de otra tropa, porque todas están muy distantes de la nuestra. No va solo de tropos, también va de tropas.