La Voz de Galicia

Un regusto amargo a pan de centeno

Opinión

Cristina Sánchez-Andrade Escritora, premio Julio Camba

08 Jan 2024. Actualizado a las 05:00 h.

Lo primero que sorprende es esa escena de cerca de quince minutos en la que una mujer da a luz. Entre gritos y aullidos, asistimos a ese momento visceral, viviendo en nuestras propias carnes el dolor y la desazón de un parto. No hay contemplaciones de ningún tipo: o miras, escuchas y aguantas, o te vas, parece decir su directora. Porque O corno (segundo largometraje de Jaione Camborda, guipuzcoana afincada en Galicia) es una película que no edulcora ni cambia nada. Rodada en gallego y en portugués, nos presenta las cosas tal y como son. No me extenderé mucho más en sus magníficas escenas. Sutileza y desgarro, despojamiento próximo a la poesía y contención expresiva. Hay que verla: merece mucho la pena.

 

De lo que me gustaría hablar es de su título. Uno sale del cine y se pregunta, ¿y por qué o corno? Me costó unos días caer en la cuenta. O corno es el cornezuelo, cornizó, dentón, caruncho, corno, grao de corvo en gallego, un hongo del centeno. Se trata de un hongo parásito que afecta al sistema circulatorio y puede provocar alucinaciones (el LSD de nuestras abuelas, lo llaman). El documental Negro púrpura (2021), de Sabela Iglesias y Adriana P. Villanueva, explica muy bien por qué lo llamaban el «oro negro» del siglo XX.

Por las condiciones climáticas, se produce especialmente bien en tierras gallegas. En la película, que se desarrolla en la Galicia de 1971, en la ría de Arousa, el cornezuelo se usa como abortivo. La protagonista, una mariscadora que también trabaja como partera, aparece recogiendo el hongo en un campo de centeno dos veces. Es una escena sutil y bella. Sin que necesite de grandes explicaciones, el espectador comprende.

En la Edad Media, el cornezuelo fue realmente polémico por su vinculación con la brujería. De hecho, se cree que este hongo podría ser el responsable de que acusaran a las brujas de Salem, en el estado de Massachusetts. La enfermedad que produce la ingestión del mismo se llama ergotismo y este tenía dos manifestaciones: el convulsivo y el gangrenoso. Este último se manifestaba a través de escalofríos y sensación de quemazón. Las manos y los pies se arrugaban y se ennegrecían. El ergotismo convulsivo cursaba con espasmos, fiebre alta, aspavientos. Las personas que lo sufrían aullaban, corrían por la casa a cuatro patas… ¿no recuerda esto a una persona embrujada? Uno siente un regusto amargo al pensar que más de una mujer haya podido ir a la hoguera por comer pan de centeno.


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