Desinformación eres tú
Opinión
02 May 2024. Actualizado a las 05:00 h.
A comienzos de esta semana terminaba el anómalo período de reflexión forzoso al que el presidente del Gobierno nos sometía a todos los españoles, porque, en palabras de Pedro Sánchez, todos nosotros necesitábamos unos días de meditación colectiva acerca de una lacra que, en efecto, afecta de lleno a la sociedad del presente y sobre la que algunos llevamos un tiempo investigando y alertando: la desinformación, entendida como la manipulación intencionada de la realidad con determinados fines.
Aunque no se trata de un fenómeno novedoso, el desarrollo de la inteligencia artificial y la manera en la que nos comunicamos hace que esta se constituya, según recoge el último Informe de Seguridad Nacional, como la principal amenaza en la actualidad para España, por encima, incluso, del terrorismo, de la migración irregular y de los ciberataques. Al hilo, el informe del Foro Económico Mundial de 2024 sitúa la desinformación en el ránking de riesgos globales, lo que no hace más que confirmar que la manipulación informativa es uno de los mayores retos de nuestro tiempo.
Estos informes inciden en la desinformación en tanto fenómeno que, en manos de agentes extranjeros, pretende socavar la confianza en las instituciones y debilitar a otros estados, especialmente en momentos convulsos o de cierta tensión social, como el transcurso de los procesos electorales. Sin embargo, también puede entenderse como la situación final del proceso comunicativo en la que una sociedad se encuentra inmersa sin necesidad de la acción de elementos foráneos. Y es precisamente esta última consideración la que estos días nos causa mayor preocupación, en especial tras determinados pronunciamientos de nuestros líderes políticos, que utilizan lo que es un verdadero riesgo para nuestras democracias como un elemento más en la lucha política partidista, que parece no tener límites ni fin.
En primer lugar, porque insistir en que la desinformación afecta a un solo sector de la sociedad es un error, ya que, aunque es cierto que hay determinados colectivos que la sufren con mayor intensidad, todos estamos expuestos a ella. En segundo lugar, porque afirmar que esta debe corregirse con la movilización de la ciudadanía, y con la agitación de las calles, resulta peligroso en tanto la polarización es, precisamente, su eidético caldo de cultivo. Y en tercer lugar, porque en los últimos días hemos podido ver una reacción de la ciudadanía (a diestra y siniestra) que dista mucho de la de una sociedad madura y reflexiva. Esto último es, si cabe, lo más preocupante de todo, ya que la sustitución de la razón por la emoción debilita aún más a la opinión pública, que se erige como el prius lógico de cualquier sociedad democrática, por lo que, sin ella, la toma de decisiones se encuentra viciada y el control del poder se torna inexistente.
Las potenciales soluciones, que ya adelantamos deben considerarse con mucha cautela, porque en juego está uno de los pilares del Estado democrático y de derecho, la libertad de expresión e información, quedan para futuras reflexiones. De momento, recurriremos a la poesía para, al igual que Bécquer planteaba en su Rima XXI, recordar que, en ocasiones, la respuesta (y la solución) se halla en cada uno de nosotros y no en hacer descansar la responsabilidad en el otro.