La Voz de Galicia

Desacougo

Opinión

Luis Ferrer I Balsebre
Aplausos en las ventanas durante la pandemia, en una imagen del 2020

05 May 2024. Actualizado a las 05:00 h.

La palabra desacougo es uno de esos términos que expresan un sentimiento universal pero con los matices idiosincrásicos del idioma gallego que lo hacen aún más preciso e indefinible a la vez. La Real Academia Galega lo traduce como desasosiego, inquietud o intranquilidad, y establece como antónimos la calma, la paz y la quietud. Acougar consiste en hacer desaparecer o menguar un estado de excitación o violencia. El término viene a cuento porque últimamente oigo a más gente quejarse de desacougo, de «non ter paraxe» y o la necesidad de acougar.

La gente que se queja de desacougo no lo hace por estar pasando una temporada mala o estar lidiando con alguna de esas situaciones envenenadas que de tanto en tanto nos regala la vida (en esas circunstancias lo que se tiene es miedo a algo concreto, que es distinto y a veces más llevadero).

El desacougo es más bien un sentimiento de tensión e intranquilidad oceánico que no tiene una imagen concreta; es parecido al sentimiento de angustia definido como «el miedo a no saber qué», es una sensación de alerta y tensión sin saber el motivo, por eso nos bloquea y resulta tan desagradable, porque no hay estrategia posible para defenderse de un enemigo no identificado y, al mismo tiempo, sentir que no hay calamidad que no te ronde. Desacougo producen situaciones cotidianas como el ruido de los locales o la comunicación con alguien poco grato en la que sientes ganas de huir, y también desacouga un deseo incontrolado de algo.

Angustia y deseo tienen su correlato físico en una respiración agitada y a veces dificultosa. Los griegos a estos estados agitados del espíritu los llamaron pneuma, aliento. También el anhelo que nos hace jadear de ansia proviene del latín an-helare (respirar con dificultad). Angustia quiere decir estrecho, cerrado, y agobio, sofocación; ambos tienen el mismo correlato físico en la dificultad de respirar.

¿Y a qué viene tanto desacougo? La respuesta hay que buscarla en el contexto donde transcurre nuestra vida, donde la crispación política no da resuello ni a mandatarios ni a mandados. Políticos, jueces, periodistas, familiares, comisionistas, yutuberos y todos los actores sociales están en un permanente desacougo y no es de extrañar que tal estado de agitación acabe proyectándose en los ciudadanos, provocando un estado de desconcierto y decepción, cuando no un deseo de aniquilar al otro para conseguir acougar de una vez.

La otra clave está en ese deseo incontrolado que empapa la sociedad pospandémica y nos hace dejar de desear lo que necesitamos para necesitar lo que deseamos, en una especie de banda de Moëbius siniestra e infinita.

Cansados de vivir bien, se impone el desacougo. Hasta que rompa el muñeco.


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