Frío en el rostro
Opinión
24 Aug 2024. Actualizado a las 05:00 h.
El refranero popular, tan denostado en tiempos de inteligencia artificial, aseguraba en días como estos, cuando se asoma el nordés, que «en agosto, frío en rostro», que, aunque no se ajuste del todo a la realidad, invita que al atardecer sea recomendable ponerse una chaqueta liviana o una rebeca, como las que usaba Joan Fontaine en la película de Hitchcock del mismo título.
Ya los días son menguantes y la luna llena de agosto está diciendo adiós al verano con su cara de rosca plateada. Llegaron a la costa, con las medusas, las mareas vivas que anticipan septiembre, que barren las playas en la bajamar e inundan el litoral midiendo toda la mar que cabe en las pleamares.
El frío del enunciado de este artículo no es solo el que percibimos en la cara, es el frío de las despedidas, del verano que concluye, de las tardes paseadas por los malecones que delimitan la vida, el del fin de las largas, de las infinitas conversaciones con los amigos, cuando pretendíamos cambiar, mudar los pilares de la Tierra.
Agosto está entrando en tiempos de descuento, mientras continuamos debatiendo las consecuencias de un turismo masivo que alteró el ritmo pausado de los pueblos de la costa, rompiendo las reglas del juego de quienes salíamos del invierno para asentarnos en una primavera hasta alcanzar un verano festivo que se rompió por las costuras.
Pronto volverán los pueblos y ciudades costeras a recostarse sobre sí mismos y escuchar el eco que huye de un verano pretérito. Son pueblos que se cierran como una ostra que en su momento custodió la perla de su paisaje con la oferta lujuriosa de su gastronomía. De nuevo decretará su cierre de bivalvo, que espera despertar de su sueño cuando marzo se anuncie en las copas florecidas de los árboles de una nueva primavera.
Entonces, las vísperas del verano volverán a palparse con las manos y una ilusión luminosa llegará para hacernos saber que los días de sol arriban a las costas del litoral gallego.
Y de nuevo el consumo desmedido, las jornadas de vino y rosas, la consciente inconsciencia veraniega de un turismo que elige las temperaturas moderadas para huir de los cuarenta grados frecuentes de julio, hará santo y seña del destino galaico para hacer otra vez vigente la clave este artículo.
Son las semanas del adiós, de un prolongado hasta luego, las tardes con el último refugio de la terraza de la plaza que nos recuerdan que a partir de ahora, en lo que queda de agosto, vamos a percibir el frío en rostro.