La Voz de Galicia

Pilotó con mano firme el periódico

Opinión

Francisco Ríos

29 Aug 2024. Actualizado a las 05:00 h.

Algo pasa si tu director te llama en pleno mes de agosto, cuando lo suponemos de vacaciones y uno disfruta de un verano largo en el campo, aprovechando su jubilación. La llamada no es para hacer un encargo rutinario o un asunto más o menos trivial. Es para dar cuenta de que nuestro presidente, el de La Voz de Galicia, Santiago Rey Fernández-Latorre, atraviesa una delicadísima crisis de salud. Dada de golpe, la noticia se recibe como una bofetada, por la sorpresa. A la que después seguirá la del fatal desenlace.

La última vez que habíamos visto a Santiago Rey fue hace solo unas semanas, el 27 de julio, con ocasión de una cena que él y su esposa, Salomé Fernández-San Julián, ofrecieron a amigos y a sus colaboradores más próximos. El presidente de La Voz tenía algunos problemas de movilidad, pero se mostró como siempre, ágil de mente, afectuoso y cordial. Por eso un mes después impacta tanto saber que aquel fue nuestro último encuentro.

Nos conocimos hace ya casi medio siglo. Entonces como gerente y más tarde como consejero delegado, él ya pilotaba con mano firme y segura el periódico. Iba poniendo las bases de una expansión que se inició entonces y que lo convirtió en el eje de una empresa multimedia que se ha revelado fundamental en el desarrollo de la Galicia de la democracia. De su despacho en la antigua sede de la calle Concepción Arenal emanaban las directrices y salían las decisiones que iban a forjar La Voz del siglo XXI. Más abajo, en la segunda planta, un puñado de ilusionados periodistas elaboraban el diario. En buena medida con material que aportaban los compañeros que fueron poblando las delegaciones del periódico, que se extendieron por toda Galicia.

Por las responsabilidades que fuimos adquiriendo con el paso del tiempo, la relación con quien iba a ser nuestro presidente fue a más. Algunos despachos en ausencia del director de turno, reuniones de trabajo, despedidas de compañeros, comidas de fin de año... y las inolvidables veladas en las que se entregaba el Premio Fernández Latorre, entonces en la casa de Concepción Arenal. Eran grupos reducidos en los que el joven periodista se sentaba junto a los Díaz Pardo, Fernández del Riego, Filgueira, Casares... Presidía Santiago Rey, el perfecto anfitrión, que animaba la conversación con agudas observaciones. Cuarenta años después fuimos los galardonados. Sin duda alguna, en la decisión del jurado pesó, como siempre, la opinión de su presidente, alma mater del premio, que convirtió en una institución.

Puso su papel de editor por encima del de empresario. De entre todas las sociedades del grupo quizá se centró más en el periódico, cuya calidad informativa y formal era su gran objetivo. Sin olvidar las páginas de opinión, alimentadas por un grupo de colaboradores de altísimo nivel y por muchas de las mejores plumas de nuestras letras. Ahí también han tenido y siguen teniendo su espacio los periodistas de la casa, algunos de ellos muy brillantes.

Hombre de carácter, lo manifestaba cuando con voz tronante expresaba lo que para él era indubitable. Y esa fidelidad a sus convicciones le valió un buen número de adversarios. No evitaba ni a los más pugnaces. A la vez, era muy amigo de sus amigos, y los tenía de calidad. Santiago Rey tuvo que ver en los últimos años cómo algunos de ellos nos iban dejando.

Amante del golf y del deporte en general, contaba con deleite algunos añorados episodios que tenía grabados en la memoria, como jornadas de pesca.

Hace un mes, en aquel último encuentro nos volvió a recordar un viejo compromiso. Quería dedicar unas cuantas tardes de sosiego a que hablásemos de lo que había visto y vivido para que quedase reflejado en unas memorias. Con lo que él sabía podría contarse otra versión de la historia de este país. Ahora ya no podrá ser.

 


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