Insomnio en el parque
Opinión
29 Sep 2024. Actualizado a las 05:00 h.
Dos señores mayores delgados como juncos juegan todas las mañanas que hace bueno en la mesa de ping pong del parque. Están casi solos. A esa hora tan temprana del sábado solo les acompañan un par de madres con sus hijos pequeños que los han tenido que sacar de casa para que desfoguen. Los dos niños pequeños se columpian en las ojeras enormes de las madres. En el fondo, esos dos niños serán los dos mayores que juegan al ping pong, si sortean la vida y todavía existe la jubilación, que viene de júbilo. Llegan una pareja y su bebé. Arrastran los pies y el carrito. El lleva gorra y empuja el carro. El bebé no calla, pero se nota que es un llanto fatigado del que lleva tiempo reclamando algo. ¿Qué reclaman los bebés, que vienen sin manual de instrucciones y sin catálogo de desastres? ¿Por qué no traen una llave allen y unos pasos a seguir para montar sin fallo el niño que llegará después del bebé? Y, ya puestos, los dibujitos para no equivocarte y armar el adolescente que continuará al niño, de verbena en verbena. El joven ya se encontrará él solo en el mundo, si lo logra, tras cargarse al adolescente que era y al padre.
Al parque de belleza urbana a escala pero intensa, al remedo de naturaleza encarcelada con sus árboles como de maqueta, se suma el primer paseante a esa hora tierna. Lleva en una mano el móvil y, en la otra, el perro lo lleva a él. Justo cuando pasa a tu lado sientes que está con el duolingo. Hoy no somos nada sin la app del móvil que nos enseña idiomas, el tinder de las lenguas. Las profesoras de las academias lo recomiendan. Mejoras mucho. Pero, tras recetarlo, se dan cuenta de que sus alumnos pueden terminar por no necesitarlos y se ven ya un poco en el paro. Este hombre que camina hace muchas cosas a la vez. Va vestido como si fuese a correr una maratón. Pantalón corto. Camiseta de esas de fibras especiales para el sudor. Ahora tenemos hasta camisetas de lujo para el sudor. Nuestros padres se lo secaban con una toalla.
Enseguida aparecen los mayores. Es alucinante lo poco que duermen los que pueden dormir lo que quieran. Toda la vida maldiciendo el despertador, ahora el móvil, y se levantan solos a las siete de la mañana. Y a las ocho a caminar por la calle sin saber muy bien hacia dónde van, aunque siempre terminan mirando para la primera obra, que parece una boca abierta en el asfalto y la grúa, el artilugio de un dentista para matar el nervio de la ciudad y los nervios de los mayores que no duermen. Circulan ciclistas muy fosforitos para intentar salvar el pellejo cuando salgan a las carreteras enloquecidas de los coches. Parecen destellos. Aún están en la seguridad del carril bicicleta. El día arranca con buen rollo, pero el insomnio te dejó un dolor extraño. Como cuando te andas con la lengua en una muela que molesta, casi sin darte cuenta y sin entender. Te dices que dormir es fundamental. Sigues en el banco del parque, pero tus ojos continúan clavados como dos antorchas ardientes en el techo de tu cuarto, mientras tus padres no dejan de morirse.