La Voz de Galicia

El horizonte de Iker Jiménez

Opinión

Ramón Pernas

16 Nov 2024. Actualizado a las 10:36 h.

Es una de las víctimas mediáticas de la dana que asoló los pueblos de la Comunidad Valenciana. Iker Jiménez está en el ojo del huracán de los biempensantes, de tertulianos del progresismo patrio, por haberse salido de su zona de confort, de su paraíso ufológico poblado de platillos volantes, del laberinto amable de misterios cotidianos y apariciones de muertas en la curva.

 

Hace muchos años que conozco a Iker Jiménez, soy el responsable de denominar a su tribu, cuando la tutelaba junto con Javier Sierra, «frente hermético», que definía su ámbito de actuación comunicacional cuando el milenarismo divulgativo era un programa radiofónico y no había aterrizado en la televisión. Fui su invitado en el programa semanal y acudí con historias personales de la Santa Compaña a Cuarto milenio.

Le guardo afecto y sigo su trayectoria de enigmas dramatizados, de cultura del antiguo Egipto, de ovnis que van y vienen, de los templarios y de extraterrestres de andar por casa. Me gusta escuchar el verbo culto del escritor Javier Sierra y su fenomenología sobrenatural, me divierte la puntualización hiperbólica de Enrique de Vicente y doy por bueno el trío de los mosqueteros del enigma y el mas allá.

Pero Iker rompió la barrera apacible de su programa original e instaló en las pantallas de la televisión una propuesta distinta, Horizonte, y dejó a la tribu del enigma para contar misterios mientras él y Carmen, su mujer, abrían el espectro con un análisis de la actualidad que discurría por filos de muchas navajas. Arrinconó a los heterodoxos y convocó a nuevos frikis que amplificaron bulos y a especuladores que convirtieron las anécdotas en categoría.

Y aquel comunicador de la cultura popular envuelta en las nieblas del misterio se volvió un transgresor de lo políticamente correcto, ocupando un rol que no le correspondía.

Y si durante los programas de la fase álgida del covid le fue bien, la corriente conspiranoica se fue apropiando de la propuesta de Iker, que se rodeó de un plantel de colaboradores extraños que contaminan la buena fe del conductor, que se va metiendo en charcos complicados.

Su actitud de Robin Hood en la reciente catástrofe de la riada valenciana no le correspondía. Hacerse eco del bulo de los muertos inexistentes en el centro comercial Bonaire fue cruzar una línea roja que lo cuestionó profundamente. Acaso las «malas compañías» de quienes se mueven en los arrabales de la ultraderecha lo arrastraron, como la riada arrastró cañas y barro.

Yo seguiré esperando a que Iker me siga contando viejas y nuevas leyendas urbanas y me descubra otra muerta de una curva imposible.


Comentar