Los rincones donde el rock latió primero
Ourense
La Voz repasa los locales donde sonó con fuerza en la ciudad la música de las guitarras eléctricas
16 Feb 2020. Actualizado a las 23:44 h.
Hace poco más de un mes, la puerta del Bar, en la pequeña calle Gravina, se cerraba por última vez al público. Con impacto en todos esos viejos y nuevos roqueros que desde los años ochenta disfrutaban de cerveza fría dentro de sus paredes empedradas. Se despedía la noche de Reyes y en aquel momento decía Jose Luis López, su propietario, que en su local se había formado una gran familia en torno a una idea común: la buena música rock. Para entender la pérdida que supuso este cierre para los ourensanos es importante repasar la historia de ese alma máter, el rock, en la ciudad.
Cada pocas frases Charli Domínguez repite que «la música no tiene edad». Casi como él, que no aparenta, ni suelta prenda, sobre las velas que sopla. A principios de los 80, en las radios arrasaban los Ramones, Michael Jackson o Pink Floyd. En Ourense, y en sus largas noches -que todavía siguen siendo eternas-, se inclinaban más hacia los acordes que invitaban a menearse alegremente, especialmente los de salsa, mientras un estilo musical más directo y cañero se iba colando en los altavoces de los garitos más transitados. Se trataba del rock. «Yo empecé a pinchar en el Lúa -actual Black- en el 79. Lo hacía gratis y por dos motivos: por el amor a la música y por tener la posibilidad de mostrar a los demás los temas que a mí me volvían loco», afirma Charli. Sí, el bajista de Los Suaves. «Ese fue el primer sitio de la ciudad en el que se escuchó rock. Porque hay que tener en cuenta que en aquel entonces salía carísimo», apoya Jose, que sigue sobreviviendo en los vinos con el Lokal. Así, las canciones de grupos como The Allman Brothers Band o King Crimson fueron ganando espacio en las listas de reproducción de aquellas noches hasta volverlas exclusivamente de rock. Garitos como el Antoxo, el Soda, el Montanara, el Patio o el Bar trasladaron a sus fiestas el sonido de las guitarras eléctricas. «La clientela nos pedía rock y por ellos nos dejábamos el dinero en los últimos temas», afirma Jose. «El Patio ponía más rock contemporáneo mientras que, por ejemplo, el Labra en el Soda pinchaba muchísimo a grupos americanos. También el Bar se empapaba de pop rock en los primeros años de los ochenta», recuerda Manolo Alonso, dueño del Far y uno de los miembros fundadores de la asociación cultural Amigos do Rock. «Íbamos a más sitios», le discute Charli -otro de los creadores de la fundación-. Uno de ellos era el Trolebús, que Javier Pereira puso en marcha la noche de Navidad del 82. «Fuimos uno de los primeros pubs que se abrieron en la plaza del Correxidor y apostábamos por el rock sureño, ese que nos metió en el cuerpo el propio Charli», admite Javier.
El final del siglo XX fue la época dorada del rock en la ciudad de As Burgas, con este estilo musical sonando en la mayoría de locales, cuando llegaron a sumar 72 garitos. «Ponían rock habitual en el Turco, en el pub Mi Calle, en el Casablanca... prácticamente llegó a sonar en todos los bares que hubo en la zona de los vinos en Ourense», añade.
Ahora el rock se mantiene porque la producción local de este tipo de música no decae. Porque hay bandas que lo sostienen y bastantes ourensanos que no conciben una fiesta sin él. «Quedan el Lokal, el Patio Andaluz, el Rock Club, el Trole o el Rockola», apunta Manolo. «El Samaín o el Gato Negro», añade Jose. Puede que influya que Ourense vive un momento extraño en cuanto a su percepción nocturna, con el Bar recién cerrado y El Pueblo y el Rock Club situados en la plaza Pena Vixía, una zona distinta a las cinco calles habituales para disfrutar de la noche de la capital. A la icónica frase: «El rock nunca muere» habría que añadirle «en Ourense». Aceptando eso de que la música es atemporal, solo queda esperar que siempre haya alguien dispuesto a escucharla -y muchos bares que le den volumen pinchándolo-. Porque como dicen Los Suaves: «No, no puedo dejar el rock».
«Nosotros queríamos sacar a la ciudad del aburrimiento»
La Fundación Amigos do Rock organizó más de un centenar de conciertos y provocó la creación del pub Far
Una de las iniciativas que más impulsó la permanencia de la música rock en la noche ourensana fue la Fundación Amigos do Rock. «Los roqueros siempre fuimos del underground. A finales de los ochenta éramos una minoría los que escuchábamos a esos grupos en los que destacaban las guitarras y las voces fuertes, y normalmente nos reuníamos a hacerlo en el Soda», explica Manolo Alonso, uno de los fundadores de esa asociación cultural. Fue allí donde surgió la idea de juntarse. «Aquí no había nada y nosotros queríamos cambiarlo. Sacar a esta ciudad del aburrimiento», continúa el músico Charlie Domínguez. «Organizar actividades culturales y, sobre todo, conciertos. Apostar por la música en directo vaya», suma Manolo.
De esta forma, en el 89 se juntaron ocho amigos con la finalidad de llevarlo a cabo. «Éramos Brasas, Lichi, Ramón, Carlos, Manolo, Pepe, Pacetti y yo. Luego se empezaron a asociar más, les dábamos carnés y todo», explica el bajista de Los Suaves. Organizaron, sacando el dinero de sus bolsillo, más de un centenar de conciertos. Elliott Murphy, Los Ronaldos, Paul Collins. Los Sex Museum, Los DelTonos. Y, por supuesto, los americanos The Cynics, que en aquellos años eran de lo más escuchado en su ámbito. «Recuerdo perfectamente que los de Los Enemigos fliparon porque yo, que en aquel momento ya tocaba con Los Suaves, les estaba llevando el equipo a ellos», dice entre risas Charli. Las actuaciones se fueron sucediendo en distintos escenarios de la ciudad, desde el Luna 11 hasta la Casa da Xuventude, entre muchos otros. «Intentábamos que distintos negocios aportasen dinero a cambio de darles publicidad en los carteles donde anunciábamos los conciertos y así sobrevivíamos», explica Manolo. «Pero era habitual perder pasta. Lo que queríamos era sacar lo suficiente para reinvertir en nuevos conciertos», apunta Charli.
La cosa fue bien y el rock entró de lleno y con gusto en los tímpanos de los ourensanos. «No solo eso. Venía gente de toda Galicia», recuerda orgulloso Manolo. Así estuvieron durante cuatro años, organizando y montando conciertos en donde les fuese posible hasta que no se pudo más. «Al final, por una serie de motivos ajenos a nosotros, no pudimos seguir utilizando la Casa da Xuventude y entonces la cosa se nos complicó», admite Manolo. Más allá de hundirse decidieron que era el momento indicado para abrir un bar. «No teníamos donde organizar conciertos pero queríamos asegurarnos de seguir escuchando a los grupos que nos volvían locos. Podíamos haber dejado el dinero en cualquier otra cosa pero a nosotros nos movía la buena música y esto era algo muy personal», dice el bajista de Los Suaves. Así, el 19 de febrero de 1993 subió su persiana el pub Far —siglas de Fundación Amigos do Rock—.
Los ocho creadores de la asociación cultural estaban detrás del bar, aunque Manolo «el del Far» solo hay uno. «Yo era la cara visible, pero aportábamos todos, de verdad», apunta. «Me he pasado más de veinte fines de año pinchando en ese garito y cada vez que podía allí estaba», justifica Charli, que en aquellos años ya lo petaba con su grupo por medio mundo. Ese local, situado precisamente en la que hoy se conoce como plaza de Los Suaves, se ganó adeptos y habituales. Clientes fieles que acudían cada día de la semana a tomar algo entre sus cuatro paredes oscuras. «Fue mucho. Lo pasamos de maravilla», dice Manolo. «Había gente que prácticamente vivía en el Far», destaca Charli. Y no exagera. El bar no solo se ganó la fidelidad de los ourensanos, también hubo numerosas bandas que, tras su concierto en la ciudad, descubrieron la noche de la de As Burgas desde la barra del Far. «Lo cierto es que llegó a ser un local mitificado», cuenta Manolo. Y le responde Charli: «De eso nada. Aquí nos reuníamos todos. Se llegaron a formar bandas de música, grupos de amigos y hasta salieron parejas (y se deshicieron algunas)». «Una vez se plantaron en el bar unos chicos de Barcelona que venían a felicitarnos, habían cogido nuestra idea y se habían juntado unos cuantos colegas para generar cultura musical allí. Alucinaron cuando vieron el Far, decían que cómo algo tan pequeño podía hacer tanto», apunta Manolo. El Far fue la demostración de que un pequeño garito de rock podía triunfar en la capital. Por muchos motivos que aquí se explican y por algunos otros que tiran más a la parte emocional de lo que implicó ese propio local. Tanto, que fueron muchos los que se lamentaron agarrados a una cerveza la noche del 29 de enero del 2017. La última del Far. «Nos comió la crisis y las nuevas tendencias musicales», dice Manolo. Pero mientras haya papel, habrá historias, y mientras haya bares, habrá rock.