«Cuando me desalojaron llegué a pensar que me quedaba sin casa»
Verín
Un año después del incendio que arrasó mil hectáreas en Verín, los vecinos recuerdan la angustia vivida al verse rodeados por diez focos de fuego
01 Aug 2023. Actualizado a las 05:00 h.
«Un inferno». Así resumen muchos vecinos de Verín lo que sienten al recordar la tarde del 3 de agosto del 2022 en la que, en menos de una hora, se declararon diez focos de fuego en el entorno de la villa del Támega. Las primeras llamas prendieron en la zona de San Antón, pero pronto fueron surgiendo muy cerca de otros núcleos. Se hizo evidente que aquello no era fruto de la casualidad ni del avance de los primeros focos. Los fuegos seguían el trazado de las carreteras locales OU-113 y OU-114 y la rapidez con la que se multiplicaba el número de frentes dejaba claro que alguien estaba provocando el incendio de manera intencionada. Y, además, cerca de zonas habitadas.
No tardó en declararse el nivel 2 de alerta precisamente por ese riesgo para las personas y sus bienes y se multiplicaron los medios enviados a la zona. Muchos vecinos tuvieron que abandonar sus casas. Las viviendas de A Rasela, Ábedes o la zona de Cabreiroá llegaron a tener el fuego a escasos metros. «Se me derritieron las ventanas. Las persianas se quemaron con el fuego y el calor. Se deformó todo», cuenta Pamela Martín. Ella es vecina de la calle San Rosendo, muy cerca de las instalaciones de Aguas de Sousas y recuerda nítidamente la sensación de angustia con la que vivió esa jornada. Ella llegaba desde el lugar donde trabaja cuando vio el humo de uno de los focos. «Cuando nos fijamos en el incendio pensamos que estaba ardiendo detrás de la casa de mi hermano, que vive junto a Cabreiroá. Como llevaba un vestido decidí acercarme a mi casa a cambiarme de ropa antes de ir a ayudar, pero al llegar ya vi que nosotros teníamos también las llamas justo detrás», narra. Cuenta que lo primero que hizo fue ponerse a mover los muebles de mimbre que tenía en un patio trasero para meterlos dentro. «Todos los vecinos echamos mano de mangueras y cubos para intentar frenar las llamas, pero no había forma. Llegó un momento en que la Guardia Civil nos desalojó», relata.
Recuerda que fue entonces, al salir del edificio, cuando se dieron cuenta de la magnitud del problema. «Fue devastador. Se veían varios focos. Estaban por todo alrededor. En ese momento yo llegué a pensar que me quedaba sin casa, que aquello no iban a ser capaces de frenarlo». Aunque afortunadamente se equivocó, porque el trabajo de los medios de extinción permitió que regresaran a sus casas esa misma noche, ella no pudo pegar ojo. «A las cinco de la mañana yo seguía despierta y preocupadísima. Había llevado al niño a casa de mi madre, estaba a cinco kilómetros, pero viendo todo aquello no podías relajarte», dice Pamela.
Como ella, muchos vecinos pasaron la noche en vela a pesar de haberse empleado a fondo para intentar atajar el fuego cerca de sus casas o de sus fincas. Fue el caso de Ángel Salgado y su familia, que estaban en su vivienda de Ábedes cuando comenzaron a ver el primer incendio cerca de la capilla de San Antón. «Empezou a avanzar e meteuse por A Rasela. Saímos os poucos veciños que estabamos en condicións coas mangueiras, con aixadas, con pas e co que se pudo para intentar cortalo e que non se nos metera ó pobo», narra. Recuerda que estuvieron trabajando toda aquella primera tarde y también en la jornada siguiente «porque se volveu reproducir».
El esfuerzo combinado de vecinos y medios de extinción lograba controlar las llamas más cercanas a los núcleos y mantenerlas alejadas de las viviendas y de las instalaciones empresariales —en alguna de las plantas envasadoras de agua hubo daños—, pero el incendio continuó en otros puntos. El frente que llegó a Vilamaior se extendió por el monte y obligó a cortar la autovía A-52.
Ángel lamenta que todo aquel esfuerzo no evitase las pérdidas de muchas fincas. «A min queimoume dúas viñas, castañeiros... de todo. Foi unha cousa tremenda», dice este vecino que no se atreve a ponerle una cifra al valor de lo perdido. Y es que, más allá del rendimiento inmediato de las cosechas, mucho de lo que ardió no volverá a ser productivo. «Non se puido recuperar nada. Unha das viñas, a que tiña no empalme de Queirugás, xa a arranquei. Daba en torno a 1.200 quilos de colleita», lamenta.
El trabajo de los medios de extinción logró controlar las llamas más cercanas al núcleo y mantenerlas alejadas de las viviendas y otras instalaciones agropecuarias, pero el incendio continuó avanzando. Lo recuerdan bien en la gasolinera de Repsol ubicada en la N-525, frente a la sede comarcal de la Cruz Roja. «Vino la Guardia Civil y nos dijo que sacáramos las mangueras de incendios que tenemos. Las desplegamos y retiramos también todas las bombonas. Las llevamos para el medio de la pista porque eran un riesgo añadido. Había mucha tensión», explica Vivi Vicente. Esta trabajadora cuenta que tuvieron que repetir la misma operación cuando el fuego se reactivó en jornadas sucesivas. Y es que el día 4 varias brigadas en tierra con el apoyo de los helicópteros desde el aire seguían intentando poner coto a un fuego que continuaba activo. Pese a todos los esfuerzos, la proximidad de las llamas provocó también daños en las instalaciones de la estación de servicio. «Al arder el cableado provocó que se quemaran las pletinas de las máquinas, dañó los ordenadores y las expendedoras. Estuvimos sin luz dos días», relata Vivi Vicente.
Una vecina de la zona detenida
Cuando el fuego se dio oficialmente por extinguido el balance era de algo más de mil hectáreas arrasadas. Prácticamente un mes después, el domingo 11 de septiembre, la Guardia Civil arrestaba a una mujer de 50 años como presunta autora de ese incendio con múltiples focos. La detenida era vecina de Ábedes, una de las localidades en las que el incendio generó más daños, y trabajaba en el servicio de limpieza del Concello de Verín. Su vehículo, de color azul, fue visto por varios testigos en los puntos donde se iban generando las llamas. El juez ordenó al día siguiente su ingreso en prisión preventiva. Se le imputan tanto cinco delitos de fuego forestal como otros siete por los daños generados en vehículos y edificaciones por las llamas.
«Isto é unha desgraza que temos; cada dous ou tres anos toca»
Los que vivieron más de cerca aquella tarde coinciden en calificarla como una de las peores de los últimos años. Los vecinos destacan la sensación de «estar en una ratonera, con todo rodeado de humo y de llamas», cuenta Concha. Ella es otra de las vecinas de Verín que vio avanzar el incendio hasta muy cerca de su casa y, un año después de aquel episodio, está convencida de que no será el último susto que viva.
«Llevamos así toda la vida. Igual no tan cerca de las viviendas y con tantos focos a la vez. Esto fue una locura muy peligrosa que pudo costar muy cara. Pero yo recuerdo incendios por alrededor prácticamente todos los años. Donde libra este año, planta el que viene», asegura.
Pamela tiene la misma visión pesimista sobre el futuro. No cree que el susto vaya a servir de escarmiento: «Por desgracia en esta zona estamos todos los años igual. Ya estamos acostumbrados desde pequeñitos. Yo soy de Feces y recuerdo de siempre lo de escuchar las campanas de la iglesia tocando para que la gente acudiera. Dejabas lo que estuvieras haciendo y todos, mayores y niños, ibas a ayudar a apagar».
De hecho, esta vecina explica que para ella el del pasado año no fue el primer desalojo. «En mi pueblo hubo uno gigante en el 2005 y ahí también tuvimos que salir de las casas y marchar. Pensábamos que iba a reventar la gasolinera porque se acercó muchísimo. Recuerdo que pasaba un autobús con gente de excursión y hubo que pararlo, para que la gente se bajase y se metiera en el río», cuenta.
Ángel Salgado también lamenta que el fuego se haya convertido en una amenaza habitual en la zona prácticamente todos los años cuando llega el verano. «Isto é unha desgraza que temos e que non se entende. Espero que non volva outro igual, pero cada dous ou tres anos, toca. Eu xa levo estado en cinco ou seis lumes bastante gordos e a casa téñoa asegurada porque un ano, que subiu dende o outro lado, xa se nos meteu moi preto dela», recuerda.
El del 3 de agosto no fue el único fuego importante que sufrió esa comarca el pasado año. A mediados de ese mes Oímbra luchaba contra otro fuego que, entre otros daños, destrozó la capilla de Santa Ana. Varios núcleos de este municipio ya habían vivido su propio calvario de fuegos en julio. Tres focos llegaron a sumar sus frentes y en pocos días arrasaron 1.200 hectáreas.