La Voz de Galicia

«Alargué mi viaje a Perú por la muerte de mis padres y no fui en el Villa de Pitanxo, pero perdí una docena de amigos»

Pontevedra

NIeves D. Amil

Ronco trabajó en este barco en la marea anterior a la del naufragio y una visita a su país de origen le salvó de la tragedia, pero su dolor es enorme

18 Feb 2022. Actualizado a las 20:42 h.

Ronco todavía está asimilando que muchos de sus amigos están desaparecidos. Haberse salvado del naufragio no lo tranquiliza. Él era uno de los tripulantes del Villa de Pitanxo y tenía que haber embarcado en él el pasado 26 de enero. El destino quiso que no pudiese hacerlo y eso lo tiene conmocionado. Está siendo testigo de cómo sus compañeros perdieron la vida en aguas de Terranova o están desaparecidos. Veintiuna vidas que han sido truncadas. «Es una pena muy muy grande, eran una gente cojonuda, eran mis amigos», lamenta William Arturo Saavedra Morales, más conocido como Ronco. 

El Villa de Pitanxo tenía que haber salido unos días antes de cuando lo hizo finalmente, pero el covid retrasó su partida y a punto estuvo de coger a Ronco. Él estaba de vacaciones después de haber llegado el pasado 8 de diciembre de la última marea. Aprovechó esos días antes de volver a embarcar rumbo a Terranova para viajar a Perú. Sus padres habían fallecido recientemente y tenía que arreglar la documentación. Así que se planeó una visita, que inicialmente iba a ser de 20 días. Sin embargo, al llegar allí y después de años sin visitar su tierra decidió ampliar sus vacaciones unos días más para poder acabar bien los trámites que había ido a realizar. «Doy gracias a Dios por haber salvado la vida, pero perdí a una docena de amigos», dice con pesar Ronco.

A pesar de la dureza del trabajo, tiene muy buenos recuerdos de las dos mareas que hizo en el Villa de Pitanxo. «El trabajo es durísimo, terrible, a veces estas hasta 30 horas seguidas trabajando y sin parar a dormir, pero el ambiente era muy bueno», explica este marinero peruano, que lleva muchos años afincado en Galicia. Habla bien de todos sus compañeros y envía fotografías de cómo era el día a día en el barco, pero muestra un cariño especial por Michael, un hombre de Ghana que se subió al Villa de Pitanxo en el último momento. Al revés que él, regresó de su descanso antes para no perderse esta marea. 

Algunos de los marineros del Villa de Pitanxo en la marea anterior a la del naufragio. A la derecha, la bióloga que los acompañó el pasado diciembreCedidas

A Ronco le cuesta mucho sacudirse el dolor. «Es una pena muy grande», señala. Hace apenas dos meses estaba navegando en aguas de Terranova con parte de esa tripulación y con el mismo patrón al mando. «Era un hombre que sabía pescar muy bien, pero muy cañero. Llevaba toda la vida en el mar, había sido contramaestre y marinero», reconoce este marinero peruano.

De su última marea recuerda el buen ambiente que había. Trabajaban muy duro, «a veces estabas hasta una semana sin poder ducharte y cuando el tiempo es tan malo, la dificultad es en todo, en el trabajo y para dormir». Esa dureza en el día a día en uno de los caladeros más peligrosos del mundo también tenía tiempo para el asueto. «No había mucho margen para el descanso, pero cuando acabábamos de trabajar, el patrón hacía un churrasco y lo pasábamos muy bien», apunta con nostalgia este extripulante del Villa de Pitanxo. 

En los últimos días lo han llamado para ir a hacer una marea a Terranova, pero no irá. «Todavía estoy muy tocado con lo que ha ocurrido, voy a esperar un mes más», advierte Ronco. A lo largo de un año pueden llegar a hacer hasta cinco mareas, pero «depende del tiempo que quieras echar en tierra». Ahora espera estar más de lo habitual. El dolor del recuerdo de sus amigos todavía es demasiado fuerte para poner rumbo a Terranova. «Tendré que volver al mar y seguir trabajando, pero te queda ese temor de que te pudo haber ocurrido a ti y murieron tus amigos», explica este marinero afincado en Vigo. 


Comentar