La Voz de Galicia

Del azúcar a la fregona: dos palabras para entender quién era el dueño de los supermercados Froiz

Pontevedra

María Hermida Pontevedra / La Voz
Miembros de la Fundación Juan XXIII trabajando en uno de los talleres ocupacionales, en el que se confeccionan fregonas que luego vende Froiz.

Magín Froiz, recientemente fallecido, aunque con discreción, era de los que no fallaba cuando las cosas se ponían feas. Que se lo pregunten a los obreros veteranos de Clesa

28 Mar 2022. Actualizado a las 14:45 h.

Hay una frase, de esas que suenan muy bonito, que dice que a las personas se las conoce en los pequeños detalles. A Magín Froiz, el dueño de la cadena alimenticia Froiz recientemente fallecido, se le conocía en los grandes y en los pequeños gestos. Porque fue, realmente, un empresario gigantesco, capaz de levantar desde una carnicería uno de los principales grupos empresariales de Pontevedra, cuya facturación ya acarició los 800 millones de euros en el 2020. Pero detrás de esas cifras apabullantes estaba un hombre que seguía siendo fiel a su forma de hacer las cosas. Solo hay que ir a la letra pequeña de su legado para comprobarlo. Quédense con estas dos palabras: azúcar y fregonas. Detrás de ellas hay una historia; la del empresario fallecido.

Empecemos por el azúcar. Corría el año 2011. En Caldas, Clesa hacía agua, dejando en la estacada a decenas de trabajadores. A cargo del grupo Nueva Rumasa, que la llevó a la hecatombe, la empresa entró en concurso de acreedores en marzo de ese mismo año. Se inició entonces un trabajo concienzudo, con los operarios como grandes sufridores, y también valedores, que desembocó en que la empresa fuese adquirida por una unión de cooperativas gallegas, la llamada Acolact. La compra se llevó a cabo el 19 de julio del 2012 en Madrid. ¿Qué ocurrió en medio? Lo recuerda Pablo Gómez, que fue gerente de Clesa tras la entrada de las cooperativas o Lola Ramos, la presidenta del histórico comité de empresa que enfrentó la crisis. Los proveedores le cortaron el grifo a Clesa por los impagos. La empresa, sin suministros, apenas tenía capacidad de atender los pedidos. «Había días que se podían facer todos os sabores, outros que non. Eran momentos moi complicados», dicen.

Lo fácil para los clientes era dejar de comprar a Clesa. Pero Magín Froiz, al igual que otros clientes más pequeños, no quiso. Apostó por Clesa para seguir fabricando los yogures de su marca. Y, cuando la asfixia económica hizo que en la planta de Caldas ni siquiera hubiese azúcar para hacerlos, cogió palés y se lo mandó. «Mandounos o azucre en bolsas, que era como o tiña. Eu nunca vou esquecer ese detalle. Naquel momento os proveedores non nos servían. E, aínda que despois lle pagaramos o azucre, naquel momento terrible a aposta de Froiz serviunos para seguir producindo», dice Lola Ramos. Luego vino todo lo demás. Clesa salió adelante y hoy es una empresa con 75 trabajadores. El pasado verano, en un acto al que asistió Núñez Feijoo para poner en valor la progresión de la compañía, se recordó la contribución de Magín Froiz

«Siempre nos pedía más»

Siguiente palabra para conocer al empresario: fregona. ¿Por qué? Hay que remontarse todavía más atrás, a hace treinta años. Entonces, cuando tener una discapacidad muchas veces era sinónimo de estigma y las perspectivas laborales o formativas para estas personas eran muy limitadas, el empresario se adelantó al tiempo. Entendió perfectamente que los trabajos ocupacionales, los talleres donde se hace una labor descomunal y que a la vez son una herramienta terapéutica, pueden cambiar mucho la vida de una persona con discapacidad. Y apostó por ello. Se alió con la Fundación Juan XXIII —un colectivo del que luego fue presidente— y decidió que personas con discapacidad intelectual confeccionarían las fregonas que vendería Froiz en sus supermercados. Su gesto, además de dar trabajo a quince personas, sirvió de ejemplo para que otros empresarios hiciesen los propio, tal y como recuerda Nuria Luque, gerente de Juan XXIIII.

Cada vez que Magín Froiz visitaba la entidad —a menudo— se pasaba por el taller de fregonas. Allí, agradecía el trabajo bien hecho. Y, renglón seguido, indicaba: «¿Cuántas fregonas os pedimos este mes, 1.200? Para el mes que sean 1.300». Así lo recuerda Nuria Luque, que señala: «Siempre nos pedía más, con su prudencia y su discreción». Fiel a su estilo.


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