Pedir deseos desde un mirador, sacar «fotos rápidas» y desayunar zamburiñas: los mandamientos del turista en Combarro
Pontevedra
Combarro made in turista
Llueva o apriete el calor, en el «pueblecito de los hórreos» no coge un alfiler. Hay quien cree que se llama Cambados... en su caso es confusión, no como los que enredan con la toponimia
01 Jul 2023. Actualizado a las 19:53 h.
Ver pasar al día a centenares de turistas de las cuatro esquinas del mundo por delante de tu puerta y no cansarte de preguntarle a cada uno su santo, seña e incluso lanzarles algún dardo de retranca tiene su mérito. Pero existe gente con ese humor. Paisanos con ADN gallego, muchos años y sin prisa alguna por ver pasar la vida que, apostados en el balcón, reciben con guasa al forastero. Lo hace un matrimonio de Combarro,conocido mundialmente como «el pueblecito de los hórreos» de las Rías Baixas, que vive en uno de los callejones estrechísimos que bajan al mar y que, como no podía ser de otra manera, tienen al fondo un piorno de piedra. Ellos disparan preguntas a todo cuanto turista se acerca. ¿De dónde vienes, a dónde vas... te gusta esto?, interrogan al forastero. Y el visitante, el educado, les da palique. Son pura amabilidad, eso sí, mezclada con ironía de cortello. Porque cuando el paisano, desde su balcón, despide a los visitantes y ve que estos avanzan por el callejón y, en marea alta, dan con las puntas de los pies directamente en el mar, les suelta: «Os podéis mojar eh, lo único malo es que el agua está mojada». Luego echa una risotada un pelín burlona hacia el cuello de su camisa. Chute de retranca nada más empezar para recordar que Combarro, por mucho que el turismo lo desborde, de momento sigue siendo Galicia en estado puro.
No muy lejos de la casa de estos paisanos (en Combarro todo cerca, aunque a un andaluz que a media mañana se saca fotos en cada esquina le comente a su acompañante que «esto es más grande de lo que parecía en Google»), en una de las callejuelas más pegada al mar, las tiendas multicolor reciben al forastero. Cierto y verdad es que todos los negocios amparados por el turisteo tienen un mismo hilo conductor, que explotan ese talismán de la Galicia meiga con la venta de brujas de todos los tamaños (algunas gigantescas), piedras y amuletos de toda clase y condición. Pero, en una visita minuciosa, se le puede sacar personalidad propia a cada comercio. Los hay expertos en ofrecer vuelve tortillas y platos de pulpo de madera; existen los tienen decenas de camisetas retranqueiras del mundo y están también los que ofrecen licores del género más variopinto, desde piña hasta grelo. Mención aparte merece el negocio de Yuvia, que es, realmente, encantador. Entrar en su tienda, El Mirador de Combarro, es toda una experiencia. Y casi un mandamiento para el turista. Porque allí, Yuvia o su compañera, Noelia, se encargan de que quien cruza la puerta pase un buen test de galleguidad. Para empezar, animan a probar uno de sus licores. Vasito de plástico diminuto en mano, el turista puede degustar por ejemplo un licor de chocolate con cerezas sin pasar por taquilla. «Esto es muy agradable, no rasca en la garganta», decía un matrimonio andaluz tras probar el brebaje. Conviene no abusar del trago. Porque luego sí o sí hay que subir las escaleras para llegar hasta un rincón maravilloso creado por estas mujeres en el primer piso: un mirador de los deseos con vistas a la ría de Pontevedra. Dice Noelia que ojo con el balcón; que los deseos que se piden desde allí se cumplen de verdad. «Viene la gente a decirnos que se le cumplió lo que pidió el año pasado, es muy fuerte», señala esta mujer de 41 años, que tras la experiencia de la pandemia en Madrid, le dio una patada a la gran ciudad y se vino a Galicia con ansias inmensas de reinventarse.
Con el deseo ya solicitado desde el mirador, el turista tiene aún más oportunidades de seguir pidiendo cosas. A cambio de dejar una moneda en el regazo de una bruja, en una tienda próxima también se pueden soltar al aire anhelos. Lo hace una pareja jovencita. Él le dice a ella: «Pero si conmigo lo tienes todo» y ella le espeta: «Eso crees tú».Por supuesto, deja su moneda y, por su cara de risa, debe pedir un deseo divertido.
Al reloj todavía le falta un buen rato para el mediodía, casi una hora, el cielo amenaza con escupir lluvia y en O Peirao, uno de esos bares que convierten Combarro en un lugar de parada obligatoria para la gastronomía con vistas al mar, el parrillero anda haciendo las brasas. Pero los clientes van por delante. En las mesas bailan ya las zamburiñas o los pimientos de Padrón. ¿Se desayunan zamburiñas? Se desayunan zamburiñas. «Si te coincide de venir aquí a media mañana, a este sitio con cosas tan ricas, no vas a tomarte un café con tostadas. Eso lo tienes en todos lados», señala un padre sevillano cuyos hijos están pidiendo una comanda con todas las vacas sagradas de la gastronomía patria.
Tras comprar un plato de pulpo de madera, ver hórreos, pedir deseos y llenar el buche, podría decirse que la visita a Combarro está vista para sentencia. Pero estamos en el mundo de las diez fotos por segundo. Así que al turista le queda un mandamiento por cumplir: hacerse fotos con cada piedra, llevarse el retrato delante de cada hórreo. Ojo. En Combarro, tanto en los tramos públicos como incluso en zonas privadas, suele haber libertad para disparar los flashes. Pero hay quienes amablemente ofrece normas para ello: «Con verja, no pasar, fotos rápidas, no subir a los hórreos y respetar el entorno», dice un letrero a pie de dos piornos. ¿Fácil de entender, no?.
Ahora sí, con los ojos y el estómago lleno de uno de los grandes iconos del patrimonio y el paisaje gallego, el turista puede irse tranquilo. Sorpresa. Casi a pie de hórreo pasa un autobús de Monbus que le puede llevar de vuelta a Pontevedra o dejarlo en la playa en Sanxenxo en menos de veinte minutos. Cuesta 1,55 (mucho menos si se sacan abonos de la empresa o la tarjeta de transporte de la Xunta) y, al menos de momento, va a media capacidad. Se suben algunos turistas, aunque la mayoría son lugareños que utilizan el bus para ir hasta la capital del Lérez. Una joven forastera, entusiasmada por la visita que acaba de hacer, le cuenta a alguien por teléfono: «Cambados es mágico». La parroquia se solivianta y tres personas a la vez le replican a coro: «¡Esto es Combarro, no Cambados!». Ella pide disculpas por el error. Es bien maja. Otros le llaman Sanjenjo a Sanxenxo, hacen incluso bandera de escribir mal el topónimo, y no suelen pedir perdón.