Tanta cárcel como dolor causado
Moraña
David Oubel, el parricida de Moraña podría estrenar la prisión permanente revisable, introducida tras la reforma del Código Penal y que responde a la alarma social generada
09 Aug 2015. Actualizado a las 05:00 h.
Los asesinatos de las dos niñas de Moraña han generado una conmoción social en Galicia solo comparable a otras tragedias -por cierto también acaecidas en anteriores veranos- como el crimen de Asunta o el accidente ferroviario de Angrois. Las connotaciones del caso, la cruel brutalidad y la aparente frialdad del presunto parricida, nos han sobrecogido. Y probablemente el secreto sumarial ha evitado una convulsión todavía mayor pues los detalles más concretos de los hechos deben resultar espeluznantes, a la vista del trastorno de cuantos han visto la escena del crimen y conocido los pormenores del suceso. Nunca antes, por ejemplo, había visto u oído a un fiscal hablar con la voz quebrada por la emoción como tuvimos oportunidad de escuchar a Alejandro López, a las puertas de los juzgados de Caldas.
El caso ha propiciado, además, un debate jurídico y periodístico al conocerse que el representante del Ministerio Público solicitará para David Oubel que sea condenado por sendos delitos de asesinato con agravantes y que, por tanto, proceda la aplicación de la prisión permanente revisable, vigente desde la reciente entrada en vigor de la reforma del Código Penal.
Las muertes de Candela y Amaia encajan en uno de los supuestos tipificados para la solicitud y aplicación de ese formato de prisión continuada que contempla la posibilidad de prorrogar el régimen de encarcelamiento en virtud de la evolución del propio recluso.
En suma, se pretende impedir que los delincuentes más peligrosos que no hayan demostrado capacidad de arrepentimiento y reinserción, puedan volver a la sociedad con el riesgo de que reincidan. En el recuerdo colectivo sobran ejemplos de ese perfil de depredadores que lejos de estar rehabilitados, vuelven a delinquir en cuanto pueden.
Esta reforma penal atiende a una fortísima demanda social que clamaba por un endurecimiento de las condenas y el cumplimiento íntegro de las penas para aquellos casos más execrables que nos horripilan.
Aunque ya no será de aplicación, pues la medida no es retroactiva, consuela a familias de víctimas que han batallado por ese endurecimiento como el padre de Mari Luz Cortés; Ruth, la madre de los niños cordobeses quemados por José Bretón y tantos otros que ilustran el imaginario popular de la barbarie doméstica. Sin duda que el crimen de las niñas de Moraña atiende a esas claves de alarma social de otros casos anteriores.
Profundo dolor
Hay juristas y políticos que han protestado ante lo que se define como una cadena perpetua encubierta. Alegan que el sistema penitenciario español busca, por mandato constitucional, la reinserción de los presos. A sus remilgos les opondría el profundo dolor causado por acciones como la que se atribuye a David Oubel y otros que le han antecedido o seguido como el caso ocurrido inmediatamente después en Castelldefells. En ese punto me pareció una aportación definitoria la realizada por Margarita Dopico, la ex esposa del parricida de Paderne, quien no dudó en quemar vivo al hijo de ambos, Pablo, de solo 14 meses, en venganza por la separación matrimonial. Esa mujer ha salido de un profundo silencio de cinco años para comparecer estos días en una de las numerosas concentraciones de repulsa por los asesinatos de las niñas de Moraña. De modo para mí muy certero, ha definido el sentimiento que nos invade diciendo que «cuando pasa esto con un niño, en realidad es una agresión a todos los demás niños y a la sociedad entera».
Por eso una sociedad herida por actos tan violentos e inexplicables como el atribuido a David Oubel, reclama que la cárcel suponga un castigo tan prolongado como el dolor causado.