El peluquero curtido en un hospicio que peinó al rey para ir al Carmen de Marín
Pontevedra ciudad

A Enrique Lores, de la mítica peluquería París de Pontevedra, un día le requirieron del parador para que acicalase a Felipe VI, entonces príncipe. Es una de sus mil anécdotas tras medio siglo en su negocio
17 Dec 2021. Actualizado a las 10:07 h.
Ubicada en la céntrica calle Riestra de Pontevedra, la mítica peluquería de caballeros París recibe a quien cruza su puerta a medio camino entre un negocio siempre boyante y un museo del comercio local. Dentro están Fátima y Rafa, sus dos históricos trabajadores, y Enrique Lores Escudero (Pontevedra, 1949), el dueño. Ellos son, además de reputados profesionales y excelentes conversadores, enciclopedias andantes sobre la vida pontevedresa desde hace medio siglo; justo el tiempo que está a punto de cumplir su peluquería. Guiados por la buena narrativa de Enrique, no es difícil imaginar cómo fue aquel 15 de mayo de 1972 en el que, además de celebrarse San Isidro, en Pontevedra se inauguró la peluquería París en ese mismo local. Era, en un inicio, el sueño empresarial de Miguel Barcia, que había sido emigrante en Francia y que por eso bautizó el local con el nombre de su capital. «Fue un bum, entonces había barberías. Pero lo de la peluquería de señores era todo una novedad, además nosotros llegamos con las modas parisinas, con el corte a la navaja, por ejemplo. Rompíamos tanto con todo que hasta llevábamos unos uniformes con una chaqueta como de general», cuenta Enrique.
Allí estaban, en el año 1972, el dueño de la peluquería y Enrique, que años después, con otro socio, se convertiría en el propietario del negocio. Enrique reconoce que a él le cambió la vida el ofrecimiento para trabajar en París: «Entonces, en el resto de los lados te pagaban unas seis mil pesetas y yo aquí ya empecé con ocho mil. Pero es que además llevaba comisión por los servicios y el primer mes ya llegué a las diez mil». Se incorporó a París con tan solo 22 años. Pero llegó curtido: «Empecé muy jovencito en el oficio y con peluqueros que me enseñaron. Luego, fui mucho a cortar el pelo a los niños del antiguo hospicio y también al asilo de ancianos».
Llegó a París y se acostumbró a que la Pontevedra más galante pasase por sus manos. Recuerda entre risas que, en la década de los noventa, un día entró por la puerta el director del parador, que era cliente, y le pidió que hiciese un servicio especial. «El rey Felipe VI, que entonces era príncipe, tenía que ir a la fiesta del Carmen a Marín y venía directo de un viaje, así que su peluquero no había podido arreglarle el pelo. Fui allí y se lo corté», explica. Luego, apostilla con retranca: «Entonces tenía buen pelo, ahora igual no... la edad no perdona, mírame a mí», indica, mirando de reojo en el espejo su calvicie.
Puede que la calva delate que por Enrique han pasado los años. Porque, por lo demás, está en buena forma. Su pericia con las tijeras y el peine es tal que hay días en los que por la peluquería pasan y se atiende a 50 clientes. «Ojo, que en otros días igual solo vienen diez», señala. Además, aunque desde que se jubiló su compañero Paco las tertulias bajaron un poco de intensidad, Enrique, Rafa y Fátima siempre están dispuestos a iniciar una conversación sobre fútbol. Reconocen los tres que en su peluquería el debate siempre versa sobre las hazañas del Madrid y las desgracias del Barça —jamás al revés—. Y que a los clientes les gusta: «Cuando estaba Paco, que era muy madridista, esto ya era mucho. Ahora seguimos hablando de fútbol pero menos. Muchos clientes nuestros prefieren venir los lunes porque así pueden comentar los partidos del fin de semana», señalan Rafa y Enrique. El madridismo se impone. Y, cuando no quieren discutir sobre los grandes equipos, recurren al denominador común: «Si hablamos del Pontevedra ahí estamos todos de acuerdo, porque todos apoyamos al equipo, claro».
Clientela clásica y fiel
Reconoce Enrique que su clientela, clásica y fiel, no le ha obligado a bregarse en tendencias tan en boga como la de rapar el pelo haciendo formas de estrellas u otras filigranas. Pero, de haberlo pedido el respetable, es muy probable que Enrique se metiese de lleno en el ajo. Tiene 72 años y cero ganas de jubilarse. Lo reconoce, mientras le corta el pelo a un cliente, con total franqueza: «¿Para qué quiero jubilarme, para aburrirme en casa? Para eso prefiero estar aquí y mantenerme activo. Me gustaría jubilar a estos dos», enfatiza mirando a Rafa y Fátima, sus ayudantes desde hace décadas. Eso sí, Enrique echa la vista atrás y señala con nostalgia: «Pasó gente por aquí que ya falleció, otra se jubiló... y yo aquí sigo, desde 1972».
Viaja de nuevo a la inauguración y recuerda que, en solo unos meses, la peluquería que vio nacer cumplirá 50 años. Puede que lo celebre de forma especial. O que lo haga como a él le gusta hacer las cosas, con normalidad, con una buena conversación con un cliente y viendo pasar la vida desde su rinconcito de París.