La Voz de Galicia

Sobre el uso del inglés

Ocio@

David Bonilla

¿Debe ser el idioma una simple herramienta al servicio de nuestra empresa o condicionar por completo la misma?

15 Dec 2021. Actualizado a las 09:17 h.

La decisión sobre qué idioma usar, tiene muchas más implicaciones de lo que parece. Desde la concepción misma del trabajo —más introspectivo o más colaborativo— hasta el objetivo último de su empleo —puramente utilitario o identitario— como ocurre en las regiones donde existe bilingüismo o diglosia.

En la industria Informática, no abrazar el uso del inglés de forma entusiasta y sin matices te convierte inmediatamente en sospechoso de ser un vago que no está dispuesto a hacer el esfuerzo necesario para dominarlo o —peor aun— alguien poco ambicioso, que se conforma con vivir y trabajar en su pequeña aldea sin perder de vista la chocita en la que nació y creció

Con el pragmatismo que imprime jugarte tu propio dinero en vez del de otros, cuando arrancamos Manfred, Yago y yo decidimos usar el castellano tanto para comunicarnos entre nosotros como para documentar nuestro trabajo; porque era la lengua que dominaban la inmensa mayoría de nuestros candidatos y potenciales clientes. Nunca sabremos qué habría pasado si hubiéramos adoptado el inglés como idioma principal, pero seguimos a rajatabla la séptima Ley de Bonilla y no nos fue mal del todo.

Sabíamos que esa decisión nos podría condicionar en el futuro, pero cuando estas contando los meses que puedes seguir pagando nóminas con los ahorros que te quedan, preocuparte porque el día de mañana puedas perder algún cliente extranjero o tener dificultades para contratar a alguien de fuera, no solo parecía ridículo sino obsceno.

Durante los tres años siguientes, nuestra aproximación al inglés ha sido puramente oportunista. Tradujimos nuestro contrato la primera vez que un cliente lo solicitó e hicimos lo mismo con nuestra presentación comercial, pero la vida da muchas vueltas y nos ha llevado a una coyuntura en la que debemos replantearnos nuestra relación con el inglés en diferentes niveles y circunstancias.

Llegados a este punto, muchas empresas abandonan la racionalidad en pos de las enormes ventajas que proporciona trabajar en inglés, pero un idioma no deja de ser una herramienta. Su uso no puede generar más problemas que los que soluciona. Sería tan estúpido ignorar dichas ventajas como minusvalorar los inconvenientes cuando la lengua materna de la inmensa mayoría de tu plantilla es otra.

Nunca deberíamos adoptar el inglés como lingua franca a costa de todo y —sobre todo— de todos.

«Power-Ups» en vez de Requisitos

Hace un mes, conseguimos completar el primer borrador de nuestro Plan de Carrera. Como casi todos, se basaba en una serie de habilidades y capacidades en las que ir profundizando según se asciende por una serie de niveles a los que se asocian unos rangos salariales. Una de esas habilidades —el inglés— introducía una potencial paradoja a la hora de gestionar la progresión profesional del equipo.

Podía darse la circunstancia de que un recruiter fuera una máquina de cerrar procesos de selección —con plena satisfacción, tanto de candidatos como de empresas— y un excelente compañero, pero se estancara en el nivel 3 en vez de en el 7 —que realmente le correspondería— por no tener un mejor nivel de inglés aunque, hoy por hoy, no tuviera que usarlo nunca.

Pero incentivar el aprendizaje del inglés para obtener una potencial ventaja en el futuro no debería penalizar el rendimiento y productividad del presente. Si de verdad queremos incentivar el aprendizaje de una habilidad que nunca ha sido un requisito obligatorio para desempeñar un rol determinado ni es imprescindible en la actualidad —ya sea inglés o mecanografía— ¿por qué no hacerlo fuera del sistema de niveles? Si alguien adquiere cierto nivel de inglés podríamos incrementar su salario un porcentaje fijo, independientemente del nivel en el que estuviera.

Implantación en paralelo en vez de en «Big Bang»

La semana pasada, volví a toparme con una de esas decisiones «estratégicas» que involucran al inglés. Aprovechando nuestra presencia en Madrid por la salida a bolsa de Sngular, los miembros del Comité Ejecutivo nos reunimos para discutir sobre la estrategia a medio y largo plazo de la compañía.

Todos coincidimos en que debíamos reforzar nuestra naturaleza «global» —poder atender las necesidades de un cliente, independientemente de dónde este esté— y eso pasa por tener equipos e incluso departamentos enteros que sean capaces de trabajar en inglés y chino. Pero la necesidad de contar con empleados que hablen varios idiomas nunca debería hacernos excluir a aquellos que no lo hagan, pero estén perfectamente capacitados para hacer su trabajo.

No tiene sentido que nos llenemos la boca diciendo que en sectores como el informático —donde la oferta de profesionales con experiencia es mucho más escasa que la demanda de los mismos— las empresas deben eliminar cualquier requisito que no sea estrictamente necesario para desempeñar una labor técnica —desde la obligatoriedad de realizar el trabajo presencialmente hasta la exigencia de poseer un título universitario— y, al mismo tiempo, pidamos un nivel de inglés a todos nuestros empleados que no todos nuestros clientes o actividades requieran.

Si ese viaje a la «globalidad» no es ni más ni menos que un OKR, en vez de exigir el dominio inmediato del inglés a todos nuestros equipos, parece tener mucho más sentido tratar el porcentaje de equipos globales como un KPI y, desde la dirección, impulsar las iniciativas necesarias para que el mismo vaya incrementándose año tras año. Eso provocará la coexistencia de equipos globales y locales dentro de una organización —exactamente igual que cualquier portfolio de clientes—, lo que parece mucho mas sensato que dejar en el camino a más de un compañero.

Refactorización «por módulos» en vez de general

Todo esto está muy bien, pero ¿cómo conjugar la adopción gradual del inglés con la incorporación de empleados que no hablan en tu lengua de trabajo? Para bien o para mal, hace un par de semanas, este problema teórico se convirtió en una realidad cuando en Manfred confirmamos nuestro primer fichaje internacional para 2022... que no habla ni una sola palabra de castellano.

Tras la euforia inicial surgió el pánico ¿teníamos que traducir toda nuestra documentación interna antes de que se incorporará? ¿A partir de ahora debíamos celebrar todas nuestras reuniones en inglés aunque sólo hubiera españoles? Muchas empresas utilizan la entrada del primer empleado extranjero como excusa para cambiar por completo el idioma de trabajo de la empresa, pero esa estrategia puede someterle a una enorme presión y hacer que fracase en su misión. Para que tenga alguna posibilidad de desempeñar su labor con éxito, una empresa debe asegurarse de que la incorporación de un nuevo compañero siempre sea vista por la plantilla actual como una oportunidad, no como un problema.

En vez de cambiarlo todo para acoger a un primer empleado que no hable nuestro idioma, podríamos empezar adaptando solo el equipo en el que se integre y la documentación y procesos con los que interactúe... asignando tiempo y recursos para hacerlo sin sobrecargar de trabajo ni a él ni a sus compañeros. El sentido común puede ser una buena guía para conseguirlo. No tiene sentido emplear el inglés en una reunión donde solo haya españoles, pero a lo mejor si lo tiene para recoger las conclusiones de la misma.

No sé si esta estrategia es la mejor para adoptar el inglés como idioma de trabajo de un equipo o empresa; o si simplemente estoy intentando justificar mi vaguería, incapacidad o falta de ambición, pero llegados a este punto, solo tengo claro un par de cosas.

Primero, que el uso del inglés nunca debería laminar nuestra idiosincrasia. Aunque venda coches en todo el mundo y tenga fabricas en muchos países, Mercedes sigue siendo una empresa «alemana»... y no pasa nada. Aunque nunca deberíamos caer en el chovinismo, tendríamos que sacudirnos de una vez por todas cualquier tipo de complejo por ser quienes somos —españoles, peruanos o vulcanianos—, potenciar lo que nos hace únicos y dejar de gastar energías en intentar ser lo que no somos. Por seguir la misma analogía, aunque los coches alemanes tienen fama de ser más robustos y fiables que los italianos, nadie en su sano juicio creería que un Volkswagen es mejor que un Maserati. A lo mejor, en vez de intentar parecer alemanes, deberíamos centrarnos en construir Maseratis.

Segundo, que al contrario de lo que opinan «los empresarios de Twitter» —esa gente que siempre sabe lo que hay que hacer para triunfar en los negocios, pero por algún motivo desconocido nunca lo hacen— ignorar las ventajas que te da trabajar en inglés sería tan estúpido como minusvalorar los inconvenientes de hacerlo cuando la lengua materna de la inmensa mayoría de tu plantilla es otra. Una situación que deberá afrontar cualquier empresa que quiera dejar de vender localmente para hacerlo globalmente. Si alguna vez os véis en esa situación, ánimo. Y suerte.

 

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