Al volante como en los viejos tiempos
Santiago
La exhibición de vehículos y trajes de época reúne en Compostela a 45 coches
27 Jul 2008. Actualizado a las 02:00 h.
Los coches invadieron por una vez la rúa do Vilar. Los peatones tuvieron que meterse en los soportales para ceder el paso al desfile de carrocerías. Pero estos vehículos no son los que se acostumbra a ver por el asfalto de nuestras ciudades entre semáforos, señales y atascos. Estos vehículos eran diferentes y merecían el pasillo que los viandantes le abrieron por las peatonales calles de la zona vieja. Como los buenos vinos, estos coches mejoran con los años. La Ruta Vigo-Costa da Morte-Santiago de automóviles antiguos trajo a Santiago joyas de la historia del motor. Después de casi 550 kilómetros de recorrido, entraron en el casco antiguo con la música de sus cláxones de fondo.
«A pesar de ser sempre o mesmo, de que a tradición se repite do mesmo xeito cada xullo, entrar nesta cidade é algo especial. Cada ano veño, coa mesma ilusión que o primeiro ano», confiesa Rogelio González, que participó este año con un Rolls Royce modelo Whrith del año 39 que perteneció a un lord inglés. «También tengo un Ford T del año 19, pero traerlo hasta aquí sería muy complicado», explica Rogelio.
José Vilas exhibió en Praterías su Jaguar MK VI. «El año pasado vine vestido de militar porque este coche perteneció a un general. Al llegar al Obradoiro algunos me confundieron con Franco», cuenta entre risas antes de añadir satisfecho que «este año veo muy bien ambiente por las fiestas. Santiago está a rebosar».
Luis Fernando luce sombrero de gánster y traje a rayas. Conduce orgulloso un Renault Mona Qatre del año 30 y reconoce «que todo esto es costoso. Aquí hay coches que valen muchos millones y mantenerlos cuesta un montón». Por su parte, Ignacio viene desde O Carballiño con un Jaguar del año 1957 «con el que compito por primera vez. Antes traía un Volkswagen modelo Carolina».
Cualquiera de los coches que desfilaron por el corazón de Compostela llenarían los ojos de envidia de Bonnie y Clyde, de Al Capone o de cualquier mafioso de las pantallas del cine negro. Los conductores y sus acompañantes se engalanaron para trasladar a la ciudad un pedazo de la Belle époque. Los motores rugieron con la educación y la elegancia de otros tiempos.