Oficios en peligro de extinción
Santiago
14 Aug 2009. Actualizado a las 02:26 h.
Afilador, zapatero, zoqueiro, herrero, joyero, alfarero, tallador de piedra... oficios históricos que ya forman parte de nuestra historia porque se encuentran en peligro de extinción. Compostela puede presumir de contar todavía con algún que otro artesano que a pesar de que se ha modernizado a su manera, sigue trabajando como antaño. Antonio Feijoo aprendió a afilar todo tipo de instrumentos cortantes cuando tan solo tenía cuatro años. «Venía de la guardería y estaba con mi padre hasta que se hacía de noche y tocaba irse para casa». Su padre, un antiguo y conocido paragüero se ocupó de enseñarle su oficio: «Poco a poco iba afilando cuchillos y tijeras que estaban estropeadas». Ahora, a sus 56 años confiesa que «hasta que me retiren el permiso pienso seguir trabajando», pero «si no hay nadie que quiera aprender el oficio, se acaba el afilador». Antiguamente, estos hombres iban de pueblo en pueblo con su boina y con su sonido musical avisaban a las amas de casa que estaban en la calle dispuestos a afilar sus cuchillos y pulir otros instrumentos de cocina. Con su rueda movida a pedales como mesa de trabajo y su traje rústico terminado en boina, era un personaje entrañable, además de barato. Hoy «muy pocos» deambulan por los pueblos y tienen, como Antonio, sus puestos fijos. Sus instrumentos de trabajo también han «evolucionado» y los pocos que quedan cambiaron la rueda a pedales por el motor. Con el paso de los años, el negocio todavía sigue vivo: «Hay días que viene gente, pero otras veces te vas sin nada». Los turistas ya no son los clientes que eran hace años porque «antes venían a preparar la navaja; ahora prefieren comprar una nueva». Además de afilar los cuchillos y las tijeras, Antonio también tiene un carro lleno de paraguas esperando para ser reparados. Aunque los tiempos han cambiado y «ahora vienen mucho de Taiwán y no se pueden arreglar; son de usar y tirar». Antes los paraguas eran «plegables y se recogían hasta en tres partes» y la «gente ahora se ha acostumbrado a comprar los pequeños para meter en el bolso y con nada de viento ya se rompen».
El de zapatero es otro de los pocos oficios artesanales que todavía perduran en un mundo en el que hasta los robots desempeñan multitud de actividades propias de los humanos. Manuel Casal aprendió a reparar todo tipo de calzado con su hermano. Con nueve años ya cambiaba suelas, ponía tapas y cosía cremalleras a la piel y al cuero de las botas y los zapatos. «Nunca me gustou, pero tiven que facelo -confiesa-. Agora xa non hay volta atrás». Los días de la «zapatería» de Manolo -así le llaman amigablemente- están más que contados, ya que asegura que dentro de un año cerrará las puertas de su pequeño establecimiento de la rúa do Hospitaliño tras 35 años de actividad. Por sus manos pasaron varios pares de zapatos del ex presidente de la Xunta de Galicia, Fraga Iribarne y los de varios chóferes de conselleiros. «Nunca notei baixón, sempre tiven clientela», afirma. En su pequeño local de apenas 10 metros cuadrados no ha pasado el tiempo. Conserva auténticas reliquias como una máquina de coser de 150 años que Manolo compró usada y que «tanto cose roupa coma coiro». Otra de sus grandes joyas es la pulidora con la que limpia, ralla y abrillanta el calzado. Sobre el futuro de su negocio, Manolo asegura que «é un oficio que acabará desaparecendo; o artesán terminará por acabarse». Este artesano cree que hoy en día «ninguén sabe facer nada». Los zapateros del siglo XXI «son os que fan chaves e nin sequera iso, porque despois véñenme aquí os clientes para que lle repare eu as cousas». Durante sus 50 años como zapatero, recuerda sin dudarlo una anécdota un tanto fortuita: «Unha vez unha muller trouxo uns zapatos para arreglar e cando viu a recolleros non quería pagarme. Entón collín e arranqueille as suelas e todo o demáis e devolvinlle os zapatos sen nada». Dentro de un año, cuando eche la llave a sus puertas «haberá que tirar con todo o calzado», asegura.