Nacho Mirás
Santiago
17 Oct 2015. Actualizado a las 11:20 h.
Solo una persona capaz de llegar a lo más profundo de los corazones e instalarse en ellos para siempre puede gozar, como Nacho Mirás, del don de tocar con las manos -así lo hacía él-, con asombrosa facilidad, la esencia de los aconteceres y narrarlos con un estilo propio, inconfundible, descubriendo a menudo los rostros y los ángulos en los que nunca habríamos reparado. Nacho fue un periodista irrepetible porque fue, ante todo, una persona enorme.
Sus dedos volaban sobre el teclado como por el punteiro de la gaita que tanto amaba -«rabudo, periodista, gaiteiro»- para desgranar una melodía de imágenes narradas, de sentimientos nunca indiferentes a todo lo que le rodeaba, de querencia por las personas, de sensibilidad por los más desfavorecidos. Crónicas de sucesos o de alta sociedad, entrevistas de Cara B, lecciones del pasado para el presente en Compostela vintage..., siempre la palabra certera, la narración ingeniosa, sorprendente, adornada con elegante ironía y con humor para arrancar una sonrisa en medio de las realidades más amables o más crudas.
Como la que a él le tocó afrontar hace poco más de dos años. Al mirar de frente a la terrible enfermedad no dio un paso atrás, sino que, armado con la palabra, siempre la palabra -impresa, radiada, digitalizada-, llegó a lo más profundo de los corazones de multitudes de todo el mundo. Sus vivencias narradas en su blog www.rabudo.com y difundidas a través de la web de La Voz de Galicia han sido, desgranadas una a una o seleccionadas en su libro El mejor peor momento de mi vida, una clase magistral de vida, digna de admiración por su serenidad, por su entereza, por la esperanza que entregaba a muchas otras personas que sufrían como él. A Nacho no le flaqueó el ánimo -al contrario, nos lo daba a los que estábamos a su alrededor- ni le abandonó, ni siquiera en sus últimos días, la chispa de ingenio que siempre inflamaba sus textos.
Aquel chaval al que conocí en Barcelona cuando él empezaba a estudiar Periodismo y con el que tuve el privilegio de trabajar en La Voz en Santiago durante casi 25 años ocupa desde hace tiempo un lugar entre los mejores. Junto a él, los compostelanos José Luis Alvite, su admirado Alvite, o Diego Bernal.
Por supuesto, Ainhoa, nunca habrá otro como Nacho. Hoy lo despediremos en Boisaca, pero no le diremos adiós, sino hasta siempre.
Hasta siempre, amigo, compañero, hermano.