Una escena
Santiago
09 Nov 2019. Actualizado a las 05:00 h.
Hace unas semanas, por la imposibilidad de conciliar, dejé por la tarde a mis dos hijos en casa de mi suegra. También estaban mis dos sobrinos por idénticos motivos. Es decir, que se juntaron los cuatro primos, de entre ocho y diez años. Al terminar de comer, se fueron todos a jugar a otro cuarto y mi suegra puso una película. Mientras hablaba por el móvil, cerca del salón, no se dio cuenta de que los cuatro habían vuelto y estaban sentados en el sofá, en un extraño y sospechoso silencio, mirando fijamente a la pantalla. De repente, oyó a mi hijo pequeño. «Le está quitando la ropa, y le está ayudando a desvestirse». Todas las alarmas saltaron cuando, al parecer, mi sobrina, en claro desacuerdo con su primo, interpretó lo que estaba viendo de un modo bien diferente. «No, le está chupando la vagina», dijo convencida.
Al oír eso, mi suegra soltó el móvil con la misma rapidez que si se hubiese quemado con un cazo en la cocina y fue corriendo a la sala. Allí estaban los cuatro, sentados, muy atentos, tratando de interpretar aquella misteriosa escena. La película en cuestión era Tacones lejanos, de Pedro Almodóvar. Consciente de su descuido, y visiblemente nerviosa, mi suegra se puso a buscar el mando con la ansiedad de quien trata de dar con un extintor para apagar un fuego. Cuando lo encontró, apuntó a la tele como si fuera el cura exorcista, como si arrojase un caldero de agua fría a unas llamas que amenazan un hogar.
Finalmente, pudo cambiar de canal. Los cuatro pequeños estaba allí sentados, sin entender nada, y a mí no se me ocurre una escena más almodovariana.