La Voz de Galicia

Hostilidad

Santiago

Ignacio Carballo

01 Oct 2023. Actualizado a las 05:00 h.

Los encuentros entre los representantes máximos de la Xunta y del Concello deberían ser la expresión más relevante de la normalidad en la relación institucional de la ciudad. Normalidad elemental, imprescindible para avanzar hacia la consecución de objetivos que necesariamente han de ser compartidos por todas las administraciones en lo que a cada una le compete. Sin embargo, las vísperas, tan enrarecidas, del encuentro, mañana, entre el presidente de la Xunta y la alcaldesa de Santiago no permiten vislumbrar un escenario propicio. Hay demasiada tensión y nada de normalidad. Nunca antes el panorama se había transparentado así. Por supuesto, no en tiempos de Manuel Fraga, entusiasta de la colaboración que contribuyó decisivamente a la modernización de la capital; tampoco en los del más tibio Feijoo; ni en el corto período de coincidencia de Alfonso Rueda con el anterior gobierno socialista de Bugallo. Ahora, el escenario es radicalmente diferente, con unas elecciones autonómicas que han empezado a perfilarse en el horizonte y una alcaldía declarada desde el primer momento escaparate de la alternativa política que el BNG quiere ser para Galicia. Blanco y en botella. La confrontación está servida. Y muerta y enterrada la política de consensos que en el pasado hizo grande a Santiago. Goretti Sanmartín debería saber que, en las formas y en los fondos, los compostelanos esperan de ella que actúe como alcaldesa, no como ariete de un grupo político, más todavía cuando este no representa a una mayoría de sus vecinos. Y el presidente de la Xunta tiene la mejor ocasión, en este escenario hostil, para engrandecer su rol institucional de político conciliador y constructivo, contribuyendo a resolver graves problemas de la ciudad que implican a la Xunta, como el caos del aparcamiento del Hospital Clínico, el centro de salud de Conxo, la escuela de idiomas o los nuevos requerimientos económicos para construir la depuradora. También tiene margen para no dar portazo a la tasa turística, aunque es muy improbable que salga adelante en este final de legislatura; incluso para estudiar —sin apriorismos y obviando las formas inadecuadas— los costes de la capitalidad.


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