Pepa, la xallesa centenaria que emigró a Suiza con noventa años
Santiago
La vida de María Josefa Gerpe, una prueba constante de resistencia y valentía
08 Jun 2024. Actualizado a las 21:58 h.
El 25 de mayo, Pepa celebró su cien cumpleaños rodeada de su familia en Suiza, el país al que emigró hace una década, de la mano de su nieta Rosa. La vida de esta mujer centenaria ha sido una prueba constante de resistencia y valentía, marcada por dificultades que ha superado con una determinación inquebrantable y un amor inmenso por su familia.
María Josefa Gerpe López nació el 22 de mayo de 1924 en Randufe, Santa Comba, en el seno de una familia humilde de campesinos en una época de gran precariedad y pobreza. Desde muy joven tuvo que enfrentarse a las duras realidades de la vida y aprendió lo que significaba el trabajo duro y la lucha constante por la supervivencia. Perdió a sus padres a una temprana edad y vivió los estragos de la Guerra Civil y la dictadura de Franco.
Pepa, como la llaman todos y como a ella le gusta, presume de haber sido una bailarina imparable que gastaba los zuecos en la pista y tocaba la pandereta con maestría. Conoció a José Antonio, su marido durante 30 años y vecino del lugar de A Ponte, Santa Comba, en las ruadas del pueblo. Después de la boda, Pepa se fue a vivir a la casa de la familia de su marido. José Antonio era serrador e iba de casa en casa ofreciendo sus servicios para ganarse la vida.
Voluntad inquebrantable
La vida en el hogar familiar no fue fácil pero Pepa, con su espíritu optimista, su energía, su vitalidad y su voluntad inquebrantable, se adaptó a las nuevas circunstancias. Cuando su esposo decidió partir hacia Brasil en busca de mejores oportunidades, ella confiaba en que sería un sacrificio temporal, un período de separación que fortalecería su unión y ayudaría a la situación familiar. Sin embargo, se encontró frente a una encrucijada que jamás imaginó. Los días se convirtieron en meses, los meses en años y trece largos años pasaron hasta que el padre de sus hijos regresó. Durante todo ese tiempo, Pepa no solo tuvo que enfrentarse a la soledad y la incertidumbre sino que también tuvo que asumir la carga de proveer para su familia sola. Con dos hijas pequeñas, Aurora y Carmen, a su cargo, cada día era un desafío y cada obstáculo una prueba de su fuerza y determinación. Pepa trabajó incansablemente, desempeñándose en múltiples empleos para mantener el techo sobre sus cabezas y comida en la mesa. Trabajó en el campo, recorrió casi 40 kilómetros hasta el pueblo costero de Noia para vender el trigo con la ayuda de un caballo, limpió wolframio en los túneles subterráneos de la antigua mina de Varilongo en Santa Comba y vendió rosquillas en las fiestas locales.
El retorno de José Antonio de Brasil fue un acontecimiento inesperado y lleno de emociones encontradas. Cinco o seis años después José Antonio falleció con 52 años dejando viuda a Pepa con 48 pero fue durante estos años de regreso que nació su tercer hijo, José. La historia de Pepa y su hija mayor Aurora es un relato de sacrificio y determinación. A sus 19 años, la mayor de sus hijas, consciente de las dificultades que enfrentaba su familia, optó por emigrar. El deseo de ayudar a su madre y a sus hermanos la impulsó a buscar un contrato de trabajo en Suiza. La vida en el país alpino no solo le trajo trabajo a Aurora, sino también amor. Se casó con un italiano y formó una familia allí. Tuvieron tres hijas y la mayor, Rosa, fue entregada a Pepa en Galicia cuando apenas tenía un año. Pepa crio a su nieta con amor y dedicación al lado de su tío José, que era tres años mayor que ella.
Para Pepa, Rosa siempre ha sido su debilidad y, aunque se desvive por todos sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, Rosa tiene un lugar especial en su corazón. La relación entre ambas es un lazo que supera la distancia y el tiempo. Rosa cursó EGB en Galicia y en el país helvético continuó con su formación profesional. Fue también en Suiza que conoció a su esposo, oriundo de Santa Comba, y formó su familia, con dos hijas. Sin embargo, Rosa y su familia, perfectamente adaptados en Suiza, decidieron regresar a Santa Comba para probar suerte. Así, cuando sus hijas tenían 10 y 6 años, retornaron a Galicia, donde les fue bien hasta que la crisis inmobiliaria les afectó; lo que les llevó a tomar la difícil decisión de retomar sus vidas en Suiza.
La decisión de emigrar
Dejar a Pepa sola no era una opción, así que, tras hablarlo en familia, Pepa, con sus 90 años llenos de historias y vivencias, tomó una decisión que sorprendió a todos: emigrar a Suiza. Lo hizo de la mano de su nieta Rosa y su hija Aurora. No fue una decisión fácil, pero sí tomada con el corazón lleno de ilusión y esperanza. Pepa anhelaba reunirse con su hija Aurora, la misma hija con la que, por las vueltas caprichosas del destino, había compartido menos tiempo del que hubiese querido. Atrás dejaba, tanto a su hija Carmen como a José, que estuvieron emigrados en Suiza pero regresaron a Galicia, donde residen desde hace años con sus respectivas familias. Con una mezcla de nostalgia y alegría, empacó cuatro cosas. No necesitaba mucho, pues su riqueza más grande estaba en los recuerdos y en el amor de su familia. A sus 90 años, había aprendido que la vida está llena de momentos que merecen ser vividos con valentía y curiosidad. No temía a volar; al contrario, sentía una paz y una confianza que solo quienes han vivido plenamente pueden comprender.
Hoy, Pepa vive rodeada de naturaleza en la casa de su hija en el cantón de Berna, donde hasta hace dos años aún plantaba patatas y arrancaba las malas hierbas del jardín. La puerta de su hogar siempre está abierta para recibir a familiares y amigos sin cesar. La historia de esta mujer es un legado imborrable de fortaleza y amor marcado por el sacrificio y la dedicación; un testimonio de la capacidad humana para superar la adversidad y mantener la esperanza. A sus cien años, Pepa sigue siendo un referente para su familia y para todos aquellos que tienen el privilegio de conocerla.
El mayor deseo de Pepa era llegar al 25 de mayo para ver a todas las generaciones de su familia reunidas a su alrededor. Al soplar la vela de su centésimo cumpleaños, Pepa no solo celebró un siglo de vida rodeada de una atmósfera de cariño y admiración, sino también una vida llena de sacrificios, amor y resiliencia y que, a pesar de las adversidades, siempre es posible encontrar la felicidad y mantener la esperanza. Y, por supuesto, que no hay edad para emigrar.
Desde el rural de Galicia hasta los Alpes suizos, Pepa ha conseguido reunir a las cinco generaciones de su familia alrededor de una mesa con ella. Casi cien años la separan de su tataranieto más joven. Pepa es feliz rodeada de todos los suyos. Vive arropada por ellos y se le llena la boca de orgullo al decir que son todos «moi ajudos». El acogedor y familiar Centro Español de Lyss, cuyos gerentes también son de Santa Comba, fue el escenario escogido por la familia de Pepa para celebrar por todo lo alto un día tan especial. Allí, donde te reciben con la mejor sonrisa y te abren las puertas de par en par para que te sientas como en casa, Pepa encontró el lugar perfecto para compartir su alegría y gratitud.
Mientras las risas y los abrazos se entrelazaban con los recuerdos y las anécdotas de toda una vida, Pepa miraba a su alrededor con los ojos brillantes. Cada rostro, cada sonrisa, cada mirada cómplice le recordaba que todo valió la pena. Entre los abrazos de sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, Pepa se sintió más viva que nunca. En ese cálido rincón de Lyss, bajo la mirada amorosa de Pepa, se tejió una vez más el hermoso tapiz de una familia que sabe que, pase lo que pase, siempre estarán juntos.