«Hai días mellores e peores, pero ser o que axuda e non ao que lle van axudar é un luxo»
Santiago
Jesús Vázquez, gallego vecino de Paiporta, relata cómo empiezan a levantar cabeza en un escenario «de guerra»
09 Nov 2024. Actualizado a las 05:00 h.
«Foron días de sufrir, pero vaise vendo a luz», afirma Jesús Vázquez desde la zona cero de la dana. Después de diez jornadas, la esperanza se abre paso en los municipios metropolitanos al sur de la ciudad de Valencia, arrasados por la riada. «O primeiro día era un drama. A xente —recuerda— camiñaba coa cabeza baixa pola calle sen saber a onde ir. Agora tiramos para adiante», cuenta este melidense afincado en Paiporta. Sobreviven «con bastantes medios, aínda que non suficientes», asegura, porque, recuerda, «hai xente que o perdeu todo: coche, casa e negocio, sempre hai alguén que necesita que botes unha man».
En definitiva, hay aún mucho trabajo por delante: de limpieza, de desescombro y de retirada de vehículos y enseres domésticos, que se han ido apilando donde menos molestan. También hay que achicar garajes. El del edificio en el que viven Jesús y su familia «aínda vai quedando un metro de auga, pero estaba cheo ata o teito», cuenta para referir el alcance de los daños. El agua de la traída la recuperaron a principios de esta semana en Paiporta, aunque, de momento, «chega con pouca presión», precisa Jesús. Con la luz, tuvieron más suerte. La tenían, cuenta, «un día despois» de la riada. Pero, «só catro rúas máis abaixo, onde viven meus sogros», el suministro eléctrico se repuso estos días.
La respuesta a la tragedia marca el ritmo en Paiporta, con cuatro centros de distribución de alimentos y bienes de primera necesidad que son como «supermercados gratuítos. Pides o que necesitas —cuenta— e dancho». Habla de los voluntarios, que también atienden los servicios de cátering que, como el de la oenegé del chef José Andrés, se pusieron en marcha para que a nadie le falte un plato caliente a la hora de comer. Buena voluntad también la tiene el personal de emergencia y de seguridad desplegado en la zona. Jesús percibe cierta descoordinación, pero la mejor de las actitudes ante la adversidad. «Son moi servizais; préstanse a calquera cousa, ao que lles pidas», subraya.
«Incrible» respuesta social
En la nueva normalidad de los damnificados por la dana fue decisiva la respuesta ciudadana. «Incrible», afirma Jesús Vázquez. «Volvo confiar na raza humana», confiesa el hombre, conmovido por las muestras de solidaridad que recibieron desde el minuto uno. «O primeiro día, houbo xente que se botou a andar ata aquí cunha pala na man, sen saber o que había, e iso agradecémolo coa alma», cuenta. Y a esa reacción espontánea de los valencianos, le suma la ayuda humanitaria «que está chegando de toda España; é unha tolemia, mellor do que me podía imaxinar en calquera situación catastrófica», sostiene. Defiende el melidense que la reacción solidaria de la ciudadanía «salvounos», posibilitando «o poder vivir estes días máis ou menos ben, dignamente».
El desembarco oficial de medios y efectivos de emergencia se hizo de rogar. No fue hasta el domingo cuando «empezou a haber un despregamento grande», cuenta, convencido de que sin el foco mediático «toda a axuda que nos está chegando non chegaría». Por eso pide que la reconstrucción de su municipio de acogida, el de su familia política, no se descabalgue de la actualidad informativa. El paso de la dana dejó Paiporta «como se fose un sitio de guerra, non existe nada, nin supermercados, nin farmacias... Dun primeiro piso para abaixo todo está derruído», relata Jesús Vázquez.
Él y su familia están bien. Viven en un cuarto piso. «Tivemos sorte», admite. Y aunque los ánimos van y vienen —«hai días mellores e días peores», dice,— «ser o que axuda e non ao que lle van axudar é un luxo», sostiene. En general, «son bos», asegura. Y falta hace. Hay otra reconstrucción que es invisible: la psicológica. La custodian los damnificados: «Un señor arrastrado pola auga dende o pobo do lado, a 4 quilómetros, entrou pola terraza do primeiro piso do edificio no que vivimos dende unha estada á que conseguiu engancharse», cuenta Jesús. E historias de supervivencia «hai moitas», apunta. Se encuentran en las imágenes —las de la devastación— que dieron la vuelta al mundo.
La cadena vecinal de llamadas que salvó vidas
Paco Quesada salvó a sus nietos y a su yerno de un desenlace incierto. «Chamoume o meu sogro, sobre as seis e pico da tarde, dicíndome que se rumoreaba que se estaba desbordando o barranco pola outra parte do pobo», cuenta Jesús Vázquez. El martes, 29 de octubre, no cayó gota de agua en Paiporta, donde una previsora cadena vecinal de mensajes salvó vidas. Como la de Jesús y sus dos hijos, Marco, de 4 años, y Álex, de 2. Estaba con ellos, a la salida de una actividad en el colegio en el que estudia el mayor, cuando recibió la llamada de alerta de su suegro. Solo tuvo tiempo de regresar a casa para dejar a los niños con su suegra, y de llamar a Silvia, su mujer, que se encontraba a unos veinticinco minutos en coche de Paiporta. «Díxenlle: ‘tes que saír do traballo xa, pero para aquí non podes vir’», cuenta.
«Moito medo», confiesa que pasó este melidense desde que desistió de salvaguardar su turismo, porque «empezamos a ver coches en contra dirección», recuerda. Ni por la cabeza se les pasó lo que se les venía encima. «Que chegue a auga á altura das beirarrúas é normal, pero este é un pobo que nunca se inunda», explica Jesús. Pero lo inimaginable sucedió: «Veu unha lingua de auga e nun cuarto de hora estaba todo inundado», cuenta. Y los pilló de sorpresa. Porque el mensaje de alerta a la ciudadanía llegó pasadas las ocho de la tarde, una hora después de la ira atmosférica que sacudió y retorció el devenir de los más de 23.000 vecinos de Paiporta, localidad a 4 kilómetros de Valencia, atravesada en canal por el barranco del Poyo. «Cruza polo medio do pobo», comenta Jesús para explicar la dimensión de la catástrofe, que en el municipio se cobró más de 70 vidas. «O desastre ía a pasar, pero avisando poderían terse salvado vidas», zanja.