El espíritu del abad Reterico aún está presente en el monasterio de San Pedro de Mezonzo
Boimorto
Del conjunto monacal queda poco, pero la iglesia merece el calificativo de impresionante
30 Sep 2023. Actualizado a las 17:20 h.
El monasterio de Santa María de Mezonzo fue levantado en esa ancha franja de tierra que ni es territorio compostelano ni tiene nada que ver con el golfo Ártabro. Queda, a ojo de buen cubero, a medio camino, y por eso y por su arte es lugar que debe ser conocido. Cierto es que del monasterio en sí poco queda, pero la iglesia merece el calificativo de impresionante.
Existen muchas maneras de ir. En cuanto se dejan las carreteras principales, bajo las ruedas va a haber asfalto estrecho e irregular, sube y baja constante, algo recortado por los bordes en puntos concretos pero sin baches.
De manera que hay que plantarse en Lanzá, en la carretera que une Compostela con Curtis. Allí, a la derecha atranca la DP-1004, indicando que once kilómetros separan al viajero de Boimorto, adonde no se llega. Firme bueno y ancho que se mete en un bosque e invita a ir por la diestra a una iglesia moderna con zona de descanso y cruceiro. La taberna de Ponte Castro sirve de referencia, como referencia es también no desviarse a Peizás.
De esa manera se entra en el municipio de Vilasantar, se desciende, se cruza el río Tambre —ancho y poco profundo— y cuando el excursionista eleva la vista al cielo no lo verá, porque se encontrará dentro de un magnífico túnel de árboles. Gran subida y, arriba, O Campo da Feira, con un cruceiro de diseño elemental, un hórreo altísimo atrás y un segundo de noble factura pero necesitado de algunos mimos.
Y ahí al lado está la capilla de Mezonzo. Desilusión inicial. ¿Ese sencillo templo es todo lo que queda del monasterio medieval? No. Esta es la capilla de San Pedro, y el objetivo es la iglesia de Santa María. De forma que es Cernadas el paso intermedio en medio del laberinto de pistas —ojo al GPS, manda dar vueltas y, además, por pistas sin asfaltar—, donde merece la pena detenerse para gozar de los excelentes paisajes, resaltados por un árbol aislado en el medio que, desde luego, no pasa desapercibido.
Ahora sí: al fondo, en un alto y a la derecha, domina la vista la esplendorosa iglesia de Santa María. Pero antes de llegar hay que hacer un par de paradas. La primera es en O Batán, nombre que explica qué es lo que hay; por ahí pasa una ruta de senderismo (PR-G 195). La segunda se llama Vilacoba. Está señalizada y no queda otro remedio que desviarse a la diestra para admirar no solo el lavadero, bien conservado pero que no derrocha interés, sino sobre todo el imponente hórreo. El núcleo muestra una cara agradable, con buenos edificios y una casa que no llega a la categoría de pazo si bien presume de dos escudos en su fachada. Una recomendación: ver primero el hórreo desde arriba, al llegar, y luego descender y contemplarlo desde unos metros más adelante. Por cierto que un poco antes de arribar a Vilacoba mana una bonita fuente.
Mezonzo es conocido en la comarca como O Priorato, y ese es el nombre del bar que abre sus puertas frente al varias veces centenario edificio. El pousadoiro nuevo no hace desmerecer a un cruceiro que encierra mucha historia. La fuente, preciosa (ojo, agua no potable), y las construcciones auxiliares son dignas de foto, igual que la entrada a lo que fueron dependencias conventuales. Súmese que la hierba de alrededor se corta periódicamente y ya se tiene un cuadro acogedor.
Ahí se percibe el espíritu de Reterico, su primer abad cuando la centuria IX se encontraba en su segunda mitad. En aquellos momentos la iglesia tenía que ser mucho más humilde que la actual, que muestra una planta basilical de tres naves y con otros tantos ábsides semicirculares. El historiador coruñés Ángel del Castillo dejó escrito que se trata de un «magnífico ejemplar, en su tipo, de nuestro románico de últimos del siglo XII».