Bendaña, la aldea con encanto que cada día cuidan los vecinos
Touro
La ruta que comienza en el municipio de Touro concluye en Ponte Ledesma
27 Apr 2024. Actualizado a las 05:05 h.
Bendaña, en el municipio de Touro si bien a tiro de rifle del de Boqueixón, es una aldea tradicional. Pero una aldea diferente de la mayoría de las que pueblan Galicia. Resulta que Bendaña es bonita, está en un sitio maravilloso, tiene una cierta vida (gracias sobre todo a una empresa de carpintería metálica) y, además, la mayoría de los vecinos cuidan las casas y el entorno. En resumen, que esta no puede definirse como la típica aldea a medio habitar, con ruinas y feísmo. Es el típico sitio cerca de Santiago que resulta idóneo para vivir a quienes les guste el mundo rural y, cierto también, las nieblas, porque la baña el río Ulla, precioso en ese tramo una vez dejados atrás los rápidos y el par de tajos que ha horadado desde su marcha del embalse de Portodemouros.
De manera que eso, Bendaña, es un lugar para ver y para pasear. Si el día sale magnífico, solo sus alrededores ya justifican la salida hasta allí. La iglesia —puesta bajo la advocación de Santa María— y su inmediato entorno se ven muy cuidados, con los olivos y un banco. A la entrada, un cruceiro recuerdo de una familia con el Crucificado y la Virgen coronando la obra, que al nivel del suelo arranca sobre una gran roca.
En el templo, tres pináculos y dos campanas le dan un aspecto jovial, si es que vale el calificativo. Y si bien hay algunas tumbas en tierra, el que el cementerio esté subterráneo —gran idea— ayuda a transmitir esa imagen de bienvenida. El conjunto se convierte en prueba de que una iglesia sencilla y de una sola nave con dos puertas puede convertirse en un edificio muy bien integrado tanto entre la gente que vive cerca como entre los visitantes.
Siguiendo la pista que pasa ante la iglesia se encontrarán varias bajadas al Ulla. Cada una de ellas ofrece una vista distinta del río, que da vida a esa pequeña vega muy fértil. Y si se desea continuar el rumbo de la corriente, el excursionista ganará otra carretera más ancha (los centenares de metros anteriores, auténticamente lunares y donde se rompen amortiguadores), y eligiendo la izquierda espera Ponte Ledesma, en Boqueixón. Palabras mayores, tanto del punto de vista de la historia, como del arte, como del paisaje. Y del ocio en general. Claro está que se construyó un puente nuevo muy ancho que permite cruzar con toda comodidad a la provincia de Pontevedra, pero carece de interés. Ese interés se concentra en el viejo, en el de la Edad Moderna. Así que apárquese el coche justo antes de llegar, porque abajo no hay espacio para ello. Otra buena idea.
El aperitivo lo conforma el pequeño núcleo habitado donde cualquier barbaridad arquitectónica o feísmo brilla por su total ausencia, un ejemplo de cómo cuidar el entorno, enorme portón (privado) del siglo XIX incluido. Aquí y allá ponen flores como elemento ornamental, algo tan sencillo que derrocha alegría y optimismo. Así que, como nota a pie de página, no parece tan difícil ni tan caro mantener a Galicia bonita.
Y la historia está presente, porque hace 215 años ahí mismo, y durante cuatro días de marzo, se libró una batalla entre dos millares de gallegos, armados con lo que pudieron, y las tropas de Napoleón. Los invasores mandaron a un grupo por delante a ver el estado del puente, lleno de tierra y piedras de todos los tamaños para impedir el paso. De ese grupo de cuarenta hombres armados solo regresaron a dar cuenta diez. El resto está sepultado en el llamado Campo do Francés. Trágico y sangriento, pero pura historia.