La Voz de Galicia

Nuevos testimonios de estudiantes sobre percances en sus pisos de Santiago: «Se nos caía el techo por la humedad y la inmobiliaria nos envió a un chico con una fregona»

Vivir Santiago

Andrés Vázquez Santiago / La Voz

Tejados cubiertos con plásticos, humedades que se repintan sin obra, lámparas que pierden agua, radiadores bajo llave, microondas que cuelgan del techo... Las condiciones de vida del estudiantado de Santiago rozan lo insalubre

27 Nov 2022. Actualizado a las 21:02 h.

«Tengo 54 años y todo esto que estáis contando ya pasaba en mi época: mi hermano vivía en un trastero cuyas luces del pasillo se encendían si se pulsaba en el interruptor de las escaleras del edificio». Montse Sanjurjo, desde Ferrol, fue una de las que ayer envió a La Voz su testimonio sobre pisos de estudiantes de estudiantes en dudosas condiciones de habitabilidad al hilo del reportaje publicado sobre el tema. Ella estudió hace 35 años Pedagogía en la Universidade de Santiago y su generación, igual que la actual, «sobrevive» más que otra cosa.

Entre otros de los testimonios que llegaron a nuestro correo vivirsantiago@lavozdegalicia.es se encuentra el de una estudiante que, aunque prefiere no revelar su nombre, deja claro el caos que vivió en su piso a través de varios vídeos. La infravivienda, porque no tiene otro nombre, se situaba «justo en la plaza Roxa» y la universitaria habitó en ella junto a otras tres personas durante el curso pasado. Finalizándolo, en mayo de este año, su piso se inundó por completo, con la consiguiente bajada de todos los plomos de la corriente «al correr el agua literalmente por las paredes».

Narra la protagonista: «Lo primero que hicimos, lógicamente, fue ponernos en contacto con la inmobiliaria, cuyo personal vino al día siguiente al piso a subir los automáticos y a insistirnos en que la casa era totalmente habitable. Todo esto mientras el agua caía a chorro de los huecos de las lámparas del techo y se caía la pintura a cachos. La decisión que tomaron entonces fue mandar a un chico con una fregona a limpiarnos el suelo, cosa que hacíamos nosotros diariamente ya que el agua caía a todas horas».

Cables al aire en el piso inundado por sus goteras.Cedida

Cuando volvieron a llamar a la inmobiliaria para quejarse de nuevo les reconocieron que el propietario no iba a hacer nada para solucionar el problema «ya que sería una obra muy grande». La estudiante afirma que terminaron de pagar el piso hasta el último día de junio incluso sin poder vivir en él. Y no solo eso: «Tuvieron el morro de no devolvernos la fianza por unas supuestas facturas». La Voz de Galicia se puso en contacto con la supuesta inmobiliaria pero esta negó su vinculación con el piso sin siquiera terminar de escuchar la exposición de los hechos.

No es el único techo que se cae, ni será el último. A Bea Villar y Helena Egea hace ya unos años que les pasó algo similar. Estas dos estudiantes, que a día de hoy ya terminaron, hacían Comunicación Audiovisual e Ingeniería Informática durante el curso 2020-2021, cuando tenían alquilado juntas un piso en la rúa do Cruceiro do Galo, cerca de la Alameda. «El tejado era muy viejo, estaba destrozado», comienza Helena. Debido a eso, por lo que dice, se les cayó toda la pintura del techo del pasillo debido a las enormes humedades de este ático. No solo eso, el agua escurría para dentro de las juntas de las claraboyas que tenían las habitaciones de tal modo que la lluvia se filtraba para dentro de la vivienda. A Helena se le formó «un charco de agua sobre la cama». «Se veía venir con ese tejado», podría pensar el lector, pero nunca adivinaría la respuesta de la inmobiliaria (o sí): «Se limitaron a ponerle un plástico al tejado que se veía desde la calle y a repintar el techo del pasillo».

Mientras tanto en su cocina se acumulaba el moho, «hasta el punto de que se nos pudría la comida en los armarios por la humedad». Todo esto a pesar de que, subrayan las jóvenes, tenían funcionando día y noche dos aparatos deshumidificadores. Una situación insostenible que no se acabó hasta que el curso llegó a su fin y pudieron escapar de esa ciénaga.

Moho acumulado en una de las esquinas del techo de la cocina en el piso de Bea y de Helena.Cedida

La racanería hace tener pocas luces

Ana Travieso es una joven de Viveiro que hasta hace no mucho cursaba Educación Infantil en Santiago. Durante su segundo año de carrera vivió en uno de los denominados piso-residencia, que es una vivienda normal de un edificio pero está gestionado como una residencia universitaria (hay servicio de limpieza, comedor...). Mucho mejor, aparentemente, hasta que se lee la letra pequeña: «Cuando queríamos usar el horno solamente se podía tener encendida una bombilla, pues los plomos saltaban porque la casera tenía muy poca potencia contratada. Es decir, si mi compañera quería estudiar en su habitación yo podía usar el horno pero a oscuras, y si decidía utilizar era el flexo ya ni siquiera eso». Comenta Ana que su compañera hacía descansos de 15 minutos entre tema y tema a la hora de la cena para que ella pudiese cocinar.

No era este el único hándicap que escondía el piso, aunque el siguiente no lo descubrió hasta noviembre: «La casera no nos permitía encender la calefacción hasta finales de ese mes, hiciera el frío que hiciera, y venía ella personalmente o alguno de sus empleados a regularla cada día». Cuenta Ana que cuando terminaba de encenderla o apagarla, le ponía un candado para que las estudiantes no accediesen a ella. Ana reconoce, lógicamente, que tiene pasado «mucho frío» hasta que a la propietaria no le daba por activar los radiadores.

Cuando se marchó de allí, Ana Travieso se unió a su amiga Carmen Novo, también viveirense, para encontrar un piso de dos habitaciones en Santiago. Cuenta Carmen, estudiante de Medicina en aquel pandémico verano del 2020, que se recorrieron medio Santiago buscando piso. Cuando visitaron uno en la zona de Pontepedriña, la empleada de la inmobiliaria que las acompañaba hacía mucho hincapié en que lo que peor tenía el que iban a ver era la falta de un ascensor, al ser un quinto. «Cuando entramos y vimos la cocina no dábamos crédito: se componía de una pequeña nevera de hotel, un cámping gas y un microondas colgado del techo abuhardillado, donde estaba su enchufe y cuyo escaso cable no le permitía casi tocar la estantería sobre la que se debería ubicar». Recuerda Ana que a ella le dio la risa.

Los pisos te eligen a ti

Hace tres años que la ingeniera informática uruguaya Kyria Márquez vive en Compostela. Actualmente estudia el máster en Big Data que organiza la Universidade de Santiago, aunque se ha resignado a vivir lejos de las zonas estudiantiles «por lo malos que son allí los pisos». Cuando llegó, relata, buscó a través de anuncios, redes sociales e inmobiliarias, pero todos los pisos que se encontró «estaban en estado lamentable» a pesar de que los universitarios «se los quitan de las manos porque no saben si van a poder acceder a otro».

Lo que más la marcó en su experiencia buscando un lugar para vivir fueron las «entrevistas de trabajo» que realizaban algunos arrendadores a sus candidatos. «La anécdota más extraña fue llegar a ver un piso y encontrar que la madre del chico que buscaba compañeros nos citó a las seis personas que deseaban vivir allí al mismo tiempo, volviéndose la cosa muy rara hasta el punto de que tuvimos que subir en tandas de dos para ver el piso mientras el resto esperaban en la calle». Le ha pasado un par de veces, incluso, que le dijeran que no había sido «seleccionada» porque no cumplía «con el perfi. ¿Qué perfil no cumple Kyria?

Si quieres compartir tu experiencia en alguno de los pisos en los que has vivido puedes enviárnosla al correo electrónico vivirsantiago@lavozdegalicia.es

 


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