La Voz de Galicia

Los sinsentidos en los pisos de estudiantes de Santiago: «Tengo el váter dentro de la ducha, pero con vistas a la Catedral»

Vivir Santiago

Andrés Vázquez Santiago / La Voz

Los universitarios de la ciudad se han tenido que acostumbrar, si no quieren pagar alquileres desorbitados, a lidiar en sus hogares con humedades en enchufes o carcoma en los armarios. Están hartos: «Aunque seamos estudiantes no queremos vivir en... En la mierda»

24 Nov 2022. Actualizado a las 16:13 h.

La turistificación de los pisos en Santiago de Compostela tiene muchas y muy variadas consecuencias, además del encarecimiento medio de la vivienda. La principal para los estudiantes de la Universidade de Santiago, aunque a ellos también los matan los precios, es que se tienen que quedar con las migajas de la oferta, los pisos que nadie querría. Sus hogares temporales, al menos durante el curso escolar, son auténticas casas de los horrores. Con darse una vuelta por alguno de los campus y hablar con ellos basta para comprobarlo, pues sin necesidad de escarbar afloran los testimonios que parecen sacados de pesadillas.

Ahora bien, este no es un fenómeno actual, aunque cada vez es posible que se produzca con más frecuencia. Hace ya más de seis años que Carlos Torrado y Pablo Castro, coruñeses, alquilaron un piso de dos habitaciones en la zona de San Roque, cerca para un estudiante de Periodismo y otro de Historia, como era su caso. Abonaban 190 euros cada uno por un piso en el que no había campana extractora, sino un hueco en el techo de la cocina sin capacidad para aspirar los humos, ni tampoco wifi, y no porque hubiesen decidido no instalarla, sino porque su piso no tenía cables de conexión. «Éramos dos niños de primero de carrera», reflexiona Carlos, ya con su título en la mano desde hace dos años y correctamente instalado en A Coruña.

«El piso que alquilamos era extremadamente pequeño, hasta el punto de que era raro, pero era a lo que podíamos aspirar económicamente después de que todas las residencias públicas estuviesen ya completas», explica Carlos. Poco después de entrar a vivir en ese piso descubrieron que en realidad era la mitad de una vivienda, «pues solamente tenían wifi y teléfono nuestras vecinas, también con un piso inusualmente pequeño». Efectivamente, el cableado y todas las tomas se habían quedado del otro lado de la pared debido a la avaricia de unos caseros que habían tabicado su piso para convertirlo en dos y así sacarle el doble de rédito. «Para que pudiésemos tener acceso al cable, y a la red, había que hacer obras, así que los caseros se negaron».

Hay caseros que recortan pisos mientras otros les ponen un dúplex a sus inquilinas. Es el caso del piso que ocupa a día de hoy Laura Piñeiro, de Vilagarcía. Está haciendo las prácticas de su máster en Bertamiráns y por eso se volvió a mudar a Santiago, donde hasta hace un par de años estudiaba Comunicación Audiovisual. En su vivienda de dos pisos tienen que moverse de uno a otro por las escaleras del edificio al no haber comunicación interna. Laura vive en el de arriba junto a otras tres jóvenes en total, pagando entre todas 800 euros al mes. «Aún pagando lo que pagamos, los propietarios no me quisieron arreglar el estor de mi ventana, unos 25 euros».

El suelo del váter-ducha de Laura.Cedida

Hay más secretos, que dos pisos dan para mucho… Menos para un baño. Laura y una de sus compañeras del piso de abajo comparten uno que tiene integrados la ducha y el inodoro, formando parte de un mismo todo por falta de espacio. Está abajo, con lo que la joven vilagarciana debe subir en toalla desde la ducha hasta su habitación por las escaleras exteriores. Pero ese detalle de que el retrete sea la ducha y la ducha sea el retrete no debe pasar por alto: «El suelo está siempre mojado, lógicamente al ser una ducha, así que entrar con zapatillas se hace complicado y con zapatos también, al dejar todo el suelo perdido con la suciedad de la calle que hace atascar muy fácilmente el desagüe». Eso sí, el baño tiene vistas: «Tengo el váter dentro de la ducha, pero con vistas a la Catedral».

¿Cómo es posible que todo esto pueda estar ocurriendo? Santiago carece de oferta de pisos para alquilar, bien sea porque se dedican al sector turístico del dinero rápido o bien porque sus dueños (muchas veces grandes propietarios como empresas o bancos) los tienen vacíos a sabiendas. De este modo, aun los que no valen para vivir, se alquilan, de manera que los arrendadores se pueden saltar el paso de arreglar sus pisos de un año para otro. Y todo ello mientras el mercado cada vez se encarece más.

 

Las vistas del váter-ducha de Laura, directamente a la Catedral.Cedida

Santiago, ciudad húmeda

Ruth Alfonsín sale de la biblioteca Concepción Arenal tras repasar algunos temas después de clase. Esta ribeirense está acabando Relaciones Laborales y ya lleva unos cuantos años en Compostela. «La primera vez que busqué piso en Santiago me enseñaron un ático que tenía muchas paredes revestidas de madera… Todo bien si no fuera por los bollos impresionantes que tenían a causa de la humedad, hasta el punto de que los enchufes sobresalían del propio muro», expone la estudiante. No hay que ser electricista titulado para darse cuenta de los enormes riesgos que se podrían llegar a correr en ese piso nada más que por poner el móvil a cargar.

«Por esa vivienda, que además tenía la campana extractora totalmente rota, nos querían cobrar como 850 o 900 euros al mes, porque era un piso de cinco habitaciones». Ruth, evidentemente, escapó de allí, aunque hoy tampoco vive precisamente en un palacio: «Mi familia es numerosa y somos tres hermanas las que estamos estudiando fuera, de tal modo que no me queda otra que compartir habitación con una de ellas para que mi familia pueda ahorrar».

De igual modo que Ruth, en el piso que el año pasado ocupaba Raquel dos Santos el problema también eran las humedades. De Viveiro, llegó a Santiago hace ya cuatro años para estudiar Relaciones Laborales, donde conoció a la anterior protagonista (queda claro que no hay que buscar mucho: dos amigas, dos historias que contar). En el caso que presenta Raquel la principal afectada es su compañera de piso, que no tuvo más remedio que vivir con toda su ropa encima del escritorio de su habitación durante meses. ¿Por qué? «Su armario estaba lleno de humedades y el proceso para arreglar el problema y pintar de nuevo las paredes fue muy lento». Esto se debe no tanto a la reparación, que también, sino a que en la inmobiliaria les daban largas cuando les planteaban el problema. «Y con lo que pagábamos, bien podrían haberse movido antes».

 

Hablar con la inmobiliaria es como hablar con la pared

Sentados cerca de la puerta de la Conchi se encuentran Carlos y Carmen, dos estudiantes de un máster en Psicología. Están en pleno descanso de su día de estudio y trabajo y aprovechan para hablar de sus experiencias habitando Compostela. «Pasé dos años de la carrera viviendo en un mismo piso, que tenía carcoma en uno de los armarios», relata Carlos para abrir la veda. La compañera de piso que vivía en esa habitación tenía que barrer cada noche los bichos que caían del armario y echar el correspondiente insecticida, pagado de su bolsillo, pues la inmobiliaria tardó meses en hacerse cargo del problema a pesar de las llamadas diarias que estuvieron haciendo. «La excusa más recurrente era la de extrañarse cuando les decíamos que el técnico que iba a venir a reparar el problema todavía no se había presentado en el piso». Hasta que Carlos y sus compañeras no amenazaron con dejar de pagar la renta mensual nadie se hizo cargo del problema. El estudiante sentencia tajante lo que se le pasa por la cabeza: «Aunque seamos estudiantes no queremos vivir en…».

«En la mierda», le corta Carmen, para terminar la frase de su amigo. Este es el primer año que vive fuera de casa, pero reconoce que le costó encontrar un piso en condiciones para cursar este máster que está haciendo en la Universidade de Santiago: «Había un montón de anuncios, pero o no contestaban las llamadas o directamente los pisos eran inhabitables». Actualmente reconoce que ha tenido suerte, pues ella trata con su casero sin el intermediario inmobiliario, por lo que todo funciona mucho más fluido y los problemas se solucionan antes. «Ya no pedimos siquiera estar cómodos al 100 % en el piso que alquilamos, pero no sé, al 80 % al menos deberíamos poder estarlo».

Si quieres compartir tu experiencia en alguno de los pisos en los que has vivido puedes enviárnosla al correo electrónico vivirsantiago@lavozdegalicia.es

 


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