La panadería de Santiago que no necesitó tener nombre durante 90 años, hasta ahora
Vivir Santiago
Situada en la Algalia de Arriba, epicentro de la pérdida de peso comercial y personal en el casco histórico, con sucesivas casas sin ningún habitante, este negocio es uno de los pocos que resiste
14 Jan 2023. Actualizado a las 21:42 h.
En medio de una calle, como la Algalia de Arriba de Santiago, donde reina el silencio, máxime en esta época en la que los visitantes no llenan sus albergues turísticos, hay en ella un negocio que resiste el paso del tiempo, con la particularidad, además, de lograrlo sin que haya un cartel o un rótulo fuera que lo identifique. «Antes no hacía falta. Toda la vida se nos conoció como la panadería de Mercedes o Merceditas», defiende Mercedes Noya, la compostelana que lo regentó desde joven hasta que, en la pandemia, sus dos hijos, Fernando y Mónica Méndez, la animaron a jubilarse, quedándose ellos al frente. «El despacho de pan ya lo había iniciado mi padre en 1930, con un horno en la rúa Entremuros. Tampoco tenía nombre. Antes no se necesitaba. Se conocía como o forno do señor Manuel, que era como se llamaba», evoca risueña Mercedes sobre el origen de una panadería que caló entre los santiagueses. «Muchos vecinos llevaban sus empanadas a cocer al horno y, en Nochebuena, el pavo», subraya.
«Fue en la década de los 70 cuando lo cerraron. Mis padres se quedaron con la panadería que habían abierto en la Algalia. Incluso, durante muchos años, mantuvieron dos en esta calle. Yo también regenté aquí una mercería familiar. Esa sí que tenía nombre; se llamaba Noysa. Era una mezcla de los apellidos de mis padres», enfatiza, recordando la bonanza comercial que vivió durante décadas la parte alta de la almendra compostelana. «Desde hace más o menos 40 años ya solo nos quedamos con la panadería del número 28», explica Mercedes desde un negocio que cogió fama, más allá de por su pan -que traen desde lugares como Carral o Sergude (Boqueixón)-, por sus empanadas o por su repostería, con tartas de queso, bizcochos o roscas. «Antes salían muchas el Domingo de Pascua. En Santiago no había tradición de servirlas en Reyes», desliza su hijo, Fernando, poniendo el foco en la que aún se mantiene como su gran clientela.
«Esta panadería era y aún es una parada obligada para los estudiantes que van al colegio La Salle o que salen en el recreo, antes de todo BUP y COU y, ahora, de primero y segundo de bachillerato», explica agradecido. «No había nombre, pero todos sabían que mi madre se llamaba Mercedes», rememora riendo. «Los sábados había también tanta gente que nosotros, que somos tres hermanos, nos turnábamos siendo adolescentes, para ayudar a mi madre en la panadería», asegura con nostalgia.
«El 80 % de nuestras ventas son también para vecinos, pero en esta calle ya prácticamente no queda nadie. En cualquier edificio del Ensanche vive más gente que en toda la Algalia», se lamenta, ahondando en la pérdida poblacional. «Esta era hace años una zona de mucho tránsito, también de gente que subía andando hacia la estación de autobuses. Todo eso se perdió», acentúa. «Mi madre es una de las pocas vecinas que resiste viviendo aquí. En las dos casas de arriba no hay nadie. Tampoco en una situada casi enfrente. A mí me gustaría poder residir aquí, pero hay muchas dificultades y limitaciones, también para montar un negocio. En el casco histórico tenemos fibra óptica solo desde hace un año. No hay gas ciudad», remarca Fernando.
«Hace relativamente poco abrimos una cuenta en Instagram. Y ahora sí que vamos a poner un nombre fuera. Antes no hacía falta, pero ahora, todo ayuda», comparte, mostrando cómo las bolsas de la panadería sí que tienen desde hace años el nombre de Mercedes.
«Hasta ahora nunca barajamos cerrarla, porque es un negocio familiar, pero cuesta mucho», reflexiona, sin descartar cambios para el futuro.