La plaza del Ensanche de Santiago, con tan solo tres puestos abiertos, aguarda por un futuro lleno de oportunidades que no llegan
Vivir Santiago
Son pocos, pero los puestos de este mercado venden algunos de los productos con mayor calidad de la zona nueva compostelana a precios más que económicos
15 Jan 2023. Actualizado a las 23:55 h.
En mis casi siete años en Santiago, y con los 24 que tengo, nunca había pisado la plaza del Ensanche. No sabía que existía hasta este miércoles, cuando me presenté en ella alrededor del mediodía para hacer un reportaje sobre su ocaso. Esa era la premisa, ver «qué quedaba de todo aquello», y lo cierto es que poca cosa, aunque por lo que me dicen, hace años que está así. Me costó encontrarla, me pareció que estaba oculta para el que no la conociese, pero cuando accedí en ella me encontré justo la realidad que me habían pintado: un lugar vacío, apagado e industrial, en el mal sentido de la palabra.
Me di un paseo, antes de nada. Conté dos puestos abiertos de los más de setenta que albergan esos pasillos, que entre todos suman unos 1.700 metros cuadrados. Vi carteles de «Se vende» y de «Se alquila» y también muchas persianas bajadas sin letrero alguno, vi tablones de anuncios vacíos, en su día taladrados a base de chinchetas, y hasta muebles apilados al fondo de uno de los corredores. También vi señales mentirosas que recordaban la existencia de marisquerías, sastrerías, mercerías, peluquerías y tiendas de lácteos o de frutos secos. Todo pasó a la historia.
Pero cuando dejé de observar el terreno y me puse a hablar con las pocas personas que lo poblaban, vi ganas e ilusión. Milagros Ruibal es la única propietaria que me atiende, al ser la otra vendedora una empleada de la panadería que comanda y preferir no hablar con el periódico, función de los dueños. Ruibal lleva algo menos de quince años al frente de su verdulería, que a día de hoy goza de buena salud, pues no se queja en absoluto de la clientela que tiene. Lo asocia a su apuesta decidida por su producto de proximidad, garante de la máxima calidad y que termina por enganchar al cliente. «Estes tomates saben, estas leitugas saben… E quen ten na memoria o gusto de antes, do produto da terra, non dubida en vir aquí mercar».
Cuando le pregunto por si la calidad se paga, no parece tener dudas: «A xente sorpréndese, pero eu normalmente teño máis barata a froita e a verdura que as que se poden atopar nos supermercados, cando menos cos prezos de hoxe». Y es que ella conserva el precio de antes de la inflación, ya que sus proveedores no le han aumentado las rentas, «ao mesmo tempo que as grandes superficies baixan o IVA pero inflan o custo final por outros lados». La única pega que encuentra en sus artículos es que, quizás, en estos momentos son más pequeños de lo habitual, «pero porque son daquí, e é normal que así sexan durante o inverno».
La mayor parte de sus clientes, me cuenta y lo veo, son personas mayores, o al menos de mediana edad. No se ven jóvenes. Yo, que lo soy, y reconozco que las mejores lechugas y tomates son los que planta mi abuelo, creo saber a lo que se refiere Milagros Ruibal con eso de que sus hortalizas «saben». Producto de proximidad, con una baja emisión de gases contaminantes al no tener que venir desde lejos, que además genera ingresos para los productores de la comarca, del que no se puede poner en duda su calidad y su sabor y todo ello en pleno Ensanche de Santiago, en las calles de Santiago de Chile y de Fernando III O Santo. ¿Cómo es posible que no conociese el puesto de Milagros?
«Porque estamos abandonados, é así». Es tajante en ese sentido. En estos momentos solamente queda, además de su tienda y la panadería, una pescadería abierta. «Que tamén ten o mellor do mellor, peixe ben fresco da ría que lle chega todas as mañás» pero que tan solo vende entre la primera hora y las once, pues a partir de ese momento ya no le compensa mantenerse abierto.
«Loitouse moito, pero ao final todo isto pertence a mans privadas». Cuenta Milagros Ruibal, y parece evidente, que muchos propietarios venderían encantados, o alquilarían sus locales, pero nadie les hace una oferta y ellos no se arremangan a volver a intentarlo en sus negocios. Quien lo quiera intentar tiene en el mercado del Ensanche una buena oportunidad para emprender, pues los precios están tirados. Por la parte que le toca a los poderes públicos, lo cierto es que poco pueden hacer ante las negativas privadas, por lo que la plaza del Ensanche sigue languideciendo aun teniéndolo todo para triunfar. Sin un movimiento unido parece imposible que cada uno revierta la situación concreta de su local.
Una luchadora que lo dio todo
Antes de marcharme, la tendera hace hincapié en que tengo que hablar con Raquel Fachal, encargada durante unos años de la panadería de su familia en las galerías del mercado de abastos del Ensanche. Hoy en día se deshicieron del negocio, no de la clientela, que puede seguir comprando los productos de la Panadería Fachal, con obrador en Boqueixón, en una frutería de la rúa Fernando III O Santo. Según salgo, precisamente hacia esa calle, veo su antiguo puesto y anoto el número de teléfono que dejaron colgado en el cartel que avisa de su nueva ubicación.
Raquel Fachal «loitou moito», en palabras de Milagros, pero terminó por abandonar. Allá por el 2015 intentó unir a los propietarios de la plaza para que esta se modernizase, proponiendo abrirse a establecimientos hosteleros y hasta conciertos, que dotarían de vida a sus ya apagados pasillos de aquel entonces. Recurro a la hemeroteca de La Voz y encuentro un reportaje sobre aquella iniciativa, con fecha del 23 de junio del 2015, en el que se puede leer lo que condensaba: acercar la plaza compostelana al mercado madrileño de San Miguel, moderno y con numerosos puestos de productos de la tierra.
Se habían mantenido contactos con más de ochenta empresas gallegas, de las que muchas respondieron positivamente a la idea, y hasta una entidad bancaria se manifestó interesada en financiar el cambio con unas condiciones que habrían facilitado la asunción de los gastos. Además, la organizadora Raquel Fachal, había reunido el apoyo de todos los propietarios. ¿Qué pasó? Lo cuenta ella misma, más de siete años después: «Non houbo vontade no momento no que se necesitaba e acabei sentido que turraba unha e outra vez cunha parede. A xente foise baixando do barco, pouco a pouco, e a iniciativa pública non pode facer nada se hai unha falta de compromiso por parte das mans privadas».
Tras hablar con Raquel Fachal, recuerdo unas palabras de Milagros Ruibal, la dependienta de la verdulería: «Isto éche unha roda, se a un lle vai mal, vainos ir mal a todos». Ella dice que estos momentos malos son etapas, pero no deja de preocuparle este futuro incierto que hoy tenemos, «e non por min, polos meu netos». Le responden lo mismo que yo, debe de ser que tenemos la misma edad: que no se preocupe, que vamos a ir tirando y trabajando por mejorar, ayudándonos en todo lo bueno que nos han ido dejando las generaciones pasadas, como la suya, «que é moito, incluso o que eu mesma recibín no seu día de todos os esforzos que fixeron meus pais». Ella concuerda y yo lo tengo claro: somos una generación comprometida, unida y luchadora, lo que nos asegura un futuro más que prometedor.