¿Sigue la generación Z jugando a la lotería de Navidad o es una tradición de padres y abuelos?
Vivir Santiago
Algunos jóvenes de Santiago contestan a la pregunta con respuestas de todo tipo: «Mis padres compran y yo creo que llegará un punto en el que nosotros también lo empezaremos a hacer. Igual con veintilargos o treinta años, cuando te haces mayor», dice un estudiante con los 18 recién cumplidos
21 Dec 2024. Actualizado a las 21:44 h.
En las administraciones de lotería de Santiago quedan cada vez menos décimos para el sorteo de Navidad. Algunas, como la que preside los denominados diez metros de la suerte, acumulan largas colas de personas que, desde primera hora de la mañana, llaman a la puerta de la fortuna por si este año por fin se abre. Aunque la fantasía de que toque el gordo es contagiosa, no se construye de la misma manera en todas las cabezas. Si pasar la mañana de la lotería delante de la televisión con los décimos en la mano es una de las costumbres más asentadas de la Navidad, hay una generación que parece desligarse de ella. Los jóvenes participan en la tradición junto a sus familias, pero, más allá de algún décimo compartido con padres, abuelos o tíos, no les ha picado el gusanillo de probar suerte en el juego. Los loteros, sin embargo, arrojan luz al asunto asegurando que, por estas fechas, entran veinteañeros en los establecimientos que apenas se ven durante el resto del año.
Con un décimo en la mano sale Daniel Otero de la administración de lotería del café Venecia. La escogió porque le queda cerca de casa y, para qué mentir, porque el año pasado se vendió ahí un boleto del gordo. Aunque no se define como una persona supersticiosa admite que, puestos a elegir, mejor remar del lado de la suerte. Ya dentro, saca un par de fotos a las vitrinas en las que están expuestos los números. El boleto es compartido con otras tres amigas, todas entre los 24 y los 25 años, a las que mete prisa vía WhatsApp para que le digan cuál de todos les convence más. Aunque por indicación de una de ellas la idea era que el boleto finalizara en 7, terminan eligiendo el 77753, «porque lleva más sietes y, aún encima, son todos impares». En caso de tocar, cada uno se llevaría un cuarto del premio. «Para mí solo nunca he comprado ninguno», admite el joven.
Los que juegan, lo hacen en grupo. De la administración de la Rúa do Vilar sale Lucía Castro, que, aunque va sola, comparte el décimo que acaba de meter en la cartera con otras dos amigas. Estudia Medicina y, de camino a la facultad, aprovechó un momento en el que no vio demasiada cola para comprar. «Nunca lo habíamos hecho, pero este año dijimos: “Venga, pues cogemos uno entre todas”. Si toca, hace más ilusión saber que tu amiga también se lleva premio. Si no, pues pierdes menos dinero», reflexiona la joven. Es el único que juega por su cuenta estas Navidades. «Mi madre compra unos cuantos y mi padre igual. Ellos siempre me dicen: “Este es compartido, lo jugamos entre todos”», continúa Lucía. La tradición familiar la corroboran otras como Sara Vilariño, que cuenta cómo sus padres le encomiendan comprar un décimo allá a donde va. «Este año tengo tres, pero son todos encargados», dice la joven, dejando claro que la voluntad de comprar no nace de ella. Cuando termina de contabilizar, su compañero se sorprende de que haya gastado tanto dinero en lotería. «Para mí, que soy estudiante, los veinte euros del décimo ya suponen mucho», puntualiza.
Cristina Otero y Marina Schererzr tampoco compran lotería más allá de algún boleto del que las han hecho partícipes sus padres. «Asumes que no te va a tocar y dices: “Bueno, pues para qué me voy a gastar ese dinero», dice la segunda. Tiene alguna que otra participación, como las que venden equipos o colegios, pero nunca han ido a una administración a propósito del sorteo de Navidad. «Si no compras no te va a tocar, pero a mí nunca me dio por probar», confirma Daniela Lema, de segundo de Educación Social. «No compramos nada. Es algo que dices: “Mis padres lo hacen, pero yo no”», reflexiona Martin Requeijo, estudiante del primer curso de Historia. Lo de que es algo «que se hacía más antes» lo confirma su compañero, Iago Pérez, que asegura que aunque sus padres y sus abuelos compran «mucho», él no participa: «Yo creo que llegará un punto en el que nosotros también lo empezaremos a hacer. Igual con veintilargos o treinta, cuando te haces mayor».