La Voz de Galicia

«La casa del dragón»: Debilidades y puntos fuertes de la primera temporada

Plata o plomo

María Viñas Redacción / La Voz
Daemon y Rhaenyra Targaryen

HBO ya ha renovado la precuela de «Juego de Tronos», que emitió su último capítulo la madrugada de este lunes, por al menos otra entrega más

25 Oct 2022. Actualizado a las 18:09 h.

Siempre todo en el universo de Juego de Tronos acaba derivando de una cuenta pendiente entre tíos y sobrinos, que si no se detestan, se desean, y si no se enamoran se odian hasta aniquilarse. Este lunes terminó la primera temporada de La casa del dragón, que rebobina la historia de Jon Snow y Daenerys 200 años para desentrañar el principio del fin de la casa Targaryen, y el resultado merece un notable alto. Y eso que no era fácil, porque aunque había pasta para pulir los acabados y en su sustrato, buen material literario, las expectativas estaban por las nubes tras ocho entregas impecables de su matriz. A modo de prólogo, esta primera entrega de una serie que se prevé larga —George R.R. Martin, autor de la saga, ha calculado que para contar bien los entresijos de este linaje harán falta como mínimo tres tandas de episodios más, y HBO ya ha renovado al menos por una segunda, ya en preproducción— ha dejado bien colocaditas las piezas y perfectamente declaradas las intenciones para lo que viene, la gran guerra civil en la dinastía más importante de Poniente, la Danza de Dragones.

Esta antesala, quizá demasiado mesacamillera, limitada a las intrigas de palacio y posicionamientos de sus vecinos colindantes, ha dejado a algunos con el estómago a medio llenar y, aunque han sido más los satisfechos con cómo Greg Yaitanes, con guion de Ryan J. Condal y Charmaine De Grate, ha encajado las piezas en el redoble final de tambores, no faltan los indignados por lo ambiguo de la resolución de la última riña entre parientes de tercer grado, de la que mejor no decir nada más, que enseguida el detalle destripa el final. Son los mismos acalorados que censuran que se haya hecho emerger de nuevo la parte más oscura de un Daemon que nunca fue precisamente un santo, más endemoniado que nunca al confirmar que en los márgenes se quedan, sobre todo, los que no saben. Nadie eres si no te cuentan el secreto, por muchos dragones domesticados en tu haber y otros tantos en la incubadora calentando para darse unos vuelos. La información ya era poder en tiempos de los Siete Reinos.

Vistos los diez primeros capítulos, se le reclama a esta superproducción más acción, más sexo —malacostumbrado el espectador por los descendientes de los que hoy ocupan la pantalla—, más reyertas con aceros y todavía más estornudos de fuego. En definitiva, terminar lo empezado, no quedarse a medias, ser más que un mero aperitivo. Se le recrimina también tanto parto —y preparto y posparto— y hasta dos saltos temporales demasiado bruscos que en el sexto y el octavo episodio no solo descolocan a los más distraídos, contribuyendo al cacao que ya de por sí generan los nombres, muy similares, sino que además entorpecen cualquier posibilidad de comprender la naturaleza de personajes que hasta en tres ocasiones cambian de rostro. La metamorfosis estorba en la identificación, impide entrar. Y choca lo rápido que alguno se hace hombre frente a lo imberbe del que debería haber crecido y luce sin embargo aún como un crío.

Rhaneyra Targaryen aconseja a su hijo, Lucerys Velaryon

Hasta aquí los peros, en clara minoría frente a los halagos y el respaldo recibido, porque a falta de conocer los datos de audiencia de La reina negra —pieza que cierra la temporada—, la serie ya cuenta con el récord de haber sido el mejor estreno de la historia de HBO y hasta el mismísimo George R.R. Martin, —no siempre amable en sus valoraciones sobre la adaptación de sus criaturas—, se deshizo en halagos al trabajo de Paddy Considine como rey Viserys, un in crescendo digno de Emmy. Juega a favor de la precuela que la historia se construye sobre raíles, al contrario que Juego de Tronos, donde los guionistas tuvieron que «invertarse» el final, asesorados por el escritor, que no había (ni ha) terminado la saga. Y además de brillar en interpretaciones, da la talla en espectacularidad, con impresionantes localizaciones y dragones que quitan el hipo. Y, si no, esperen a ver a Vhagar.

El fascículo inicial de La casa del dragón resulta redondo aun con sus lunares. Arranca y termina con dos mujeres dando a luz, empieza y acaba con dos malas elecciones: Viserys en lugar de su prima Rhaenys, Aegon en vez de Rhaenyra. ¿Quién mandará ahora? ¿Negro sobre verde, ellas sobre ellos?

Para no perderse con los personajes

Casa Targaryen

Casa noble de ascendencia Valyria. Su emblema es un dragón de tres cabezas que representa al rey Aegon I y sus hermanas Rhaenys y Visenya, y su lema, «Fuego y sangre». Sus asentamientos son Desembarco del Rey (capital del reino), la isla de Rocadragón y el castillo de Refugio Estival.

Rhaenyra Targaryen y su tío, Daemon

Casa Velaryon

Es una de las casas que no se llegaron a ver en Juego de Tronos, ya extinta entonces. Tiene un asentamiento en Marea Alta, Marcaderiva, la isla más grande de la Bahía del Aguasnegras. También de ascendencia Valyria, son vasallos de la casa Baratheon. Su emblema es un caballito de mar. En la serie La casa del Dragón se les representa de raza negra y generalmente con rastas de color platino.

La reina Alicent Hightower y la princesa Rhaneyra Targaryen

Casa Hightower

Asentada en el Faro, domina Antigua, la ciudad más antigua de Poniente. Su emblema es una torre de piedra blanca en llamas.

*Criston Cole: Caballero de la Guardia Real, protector de la princesa Rhaenyra primero y de Alicent Hightower después.

 

 


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